En la penumbra, entre un bosque pétreo de columnas cobrizas testigo de la historia, que en un mismo lienzo aúna el arte imponente de dos religiones y de dos culturas. En este santo lugar, que invita a la admiración, a la reflexión y al rezo. En el silencio de este espacio, tan sólo roto por el repique de campanas, por el golpear metálico de un llamador y por la voz dulce y calmada de aquel que ha sido designado para guiarte. Allí está Ella, impasible y paciente en su paso, a la espera los fieles fuera, en ese patio empedrado por piedras santas, por aguas claras de fuentes y por naranjos que en días así, se convierten en centros florales que indican el camino al altar. A estas horas, cuando estas letras vean la luz, ya habrá sonado el llamador, con el eco que retumba entre ese mar de arcadas y que se extiende hasta el corazón de cada uno de los costales que tendrán el honor de portar a nuestra madre. Las puertas de la catedral abiertas, ya sale el cortejo que la anuncia, y entre el silencio y la soledad de esos minutos previos, tu voz, Patricio, trasladará palabras de motivación y aliento, como tantas otras veces, como si se hubiera detenido el tiempo, y aquellos que fueron y son parte viva de nuestra semana santa, aquellos que son y fueron tus costaleros, levantaran a la Virgen, intentando llevarla al cielo, y caminarán acordes para que la disfrute el pueblo, para que la llenen de plegarias y de rezos y para que las miradas dulces de sus fieles iluminen su rostro, tan preciso y bello.
Y tu querido amigo, guiaras los corazones de aquellos que fieles a su Fe, se ciñan faja y costal para elevarla al cielo, para con sereno caminar, llevarla hasta su templo, a su barrio, a ese, que a veces y siempre por fechas previas, le da un poquito de lado, siempre por cuestiones ajenas, por intereses creados, siempre con vistas a la galería, a la foto y a temas que no van más allá de rabietas absurdas, y cuestiones impropias incluso de debate. Pero Ella lo sabe, y Córdoba en el fondo también, porque aunque es una ciudad tardía en determinados aspectos, que parece no querer despertar de un absurdo letargo, las cosas son como son y así seguirán. Y a pesar de polémicas, feos y agravios, su ciudad se va con Ella, la rodea, la venera y la visita, como tradición que es. Y es que no hay ciego más ciego que el que no quiere ver, ni más sordo que el que no quiere escuchar.
Dedicado a Patricio Carmona, Capataz de la Virgen de la Fuensanta 7 septiembre 2016
Manuel Orozco