Esther Mª Ojeda. Francisco Melguizo, recordado cofrade y fundador de la cordobesa Hermandad de la Misericordia era indudablemente la persona idónea para narrar los orígenes de la clásica cofradía de San Pedro. Una andadura que comenzaba cuando la antigua – y durante mucho tiempo olvidada – Iglesia de la Magdalena dejaba de ser parroquia para dejar en esa categoría a la Basílica Menor de San Pedro, a la que ya pertenecería gran parte de la feligresía de Puerta Nueva.
Aunque la Magdalena siguió abierta durante un tiempo su historia se vio irremediablemente interrumpida en 1929, año en que quedó definitivamente cerrada al público. En aquel momento, el interés de Melguizo por la iglesia, que comenzaba a mantenerse como un silencioso vestigio del pasado, creció tras haber tenido conocimiento de la existencia de un retablo, obra de Alonso Gómez de Sandoval, que se encontraba en el altar mayor de la Magdalena. Ese descubrimiento fue el que lo condujo hasta el templo para tener la ocasión de estudiarlo allí mismo.
Durante esa visita, el que sería el futuro fundador de la corporación de San Pedro se encontró en aquel escenario con Don Juan Roldán, sacerdote en cuya compañía aprovechó para estudiar no solo el valioso y desaparecido retablo sino también el resto de elementos que se congregaban en la sede. El recorrido no pudo pasar por alto la presencia de una oscura y discreta capilla en cuyo fondo se escondía la esbelta figura de un crucificado.
La curiosidad de Melguizo se hizo manifiesta una vez más cuando, intrigado, solicitó al mencionado sacerdote un cirio que permitiese ver con claridad la imagen del Cristo. Entonces, el Padre Roldán presentaba a Melguizo al misterioso crucificado como el Cristo del Sagrario, por ser del mismo nombre la capilla en la que Él se encontraba.
En aquel momento, tras comprobar que se trataba de una talla antigua y de considerable valor artístico, un sentimiento de lástima se adueñó de Melguizo, quien siendo testigo del abandono y el olvido al que el Cristo del Sagrario se encontraba sometido se puso en marcha junto a un grupo de jóvenes cofrades para constituir en torno a Él una nueva hermandad sobre la que se pronunciaba por vez primera el Diario CÓRDOBA:
Entre un grupo de católicos cordobeses amantes de las viejas tradiciones ha surgido la idea de sacar procesionalmente la próxima Semana Santa al milagroso Cristo de la Misericordia, de la Iglesia de la Magdalena, que tanta devoción alcanzó en aquel barrio hace medio siglo. Poniendo en práctica esta idea, cumplen también con un voto de gracias hecho a dicha imagen por la salvación de la ciudad y reanudan una costumbre que nunca se había de haber perdido, contribuyendo así a que vaya en aumento el esplendor y la fama de la Semana Santa cordobesa […].
El proyecto encontraba el apoyo necesario en el que fue alcalde de la ciudad de Córdoba durante la Guerra Civil, José Castanys Giménez, quien se puso en contacto con Francisco Melguizo con el fin de restablecer una decaída religiosidad. Para ello Castanys se proponía reimpulsar la Semana Santa cordobesa, idea que el célebre miembro de la Misericordia aprovechó para llevar a cabo la creación de la cofradía.
Finalmente, con la ayuda de un grupo de amigos y la colaboración del párroco de San Pedro, Don Juan Jaén Abril, que a su vez hizo de mediador entre Melguizo y el obispo, Don Adolfo Pérez Muñoz, la recién nacida hermandad empezaba a dar sus primeros pasos con la redacción y posterior aprobación de unos estatutos.
En sus primeros años, la cofradía se ponía en la calle con una antigua cruz de guía realizada en madera negra, hallada en la sacristía de la Iglesia de la Magdalena, y en cuyo centro aparecía la pintura de un crucificado. La emergente Hermandad de la Misericordia, con extrema austeridad en sus cortejos que tan tolo portaban un estandarte blanco distinguido por una placa ovalada en la que figuraba el Santísimo Cristo, se alzaba como nuevo referente a la hora de realizar su estación de penitencia. Este nuevo estilo de desfile procesional consiguió sorprender y llamar la atención de los cordobeses, pasando por la disciplina que hacía que los nazarenos guardasen una distancia estipulada y comenzasen a andar de forma coordinada, incluyendo diputados de tramos encargados de mantener ese orden.
Así, el Santísimo Cristo de la Misericordia volvía a acaparar la atención del pueblo cordobés, resucitando la antigua devoción de la que había sido centro décadas atrás y presentándose ante los espectadores en el cancel antiguo de la Parroquia de San Pedro, donde entonces se procedía a la segunda fase del montaje del paso, ya que las dimensiones de la puerta no permitían otra alternativa.
De aquella primera e histórica salida procesional se hacía también eco en el mes de abril de 1937 la revista Nueva Era:
Con magnificencia inusitada, propia de los sentimientos religiosos del pueblo de Córdoba, transcurrió la Semana de Pasión, en la cual salieron procesionalmente diversas imágenes, entre ellas el Cristo de la Misericordia (que hacía sesenta años que no salía), recorriendo las calles de la población en la noche del Miércoles Santo: la de Nuestro Padre Jesús Caído, Nuestra Señora del Mayor Dolor y Nuestra Señora de las Angustias, que lo hicieron en la del jueves.
Con este gesto la Hermandad de la Misericordia recuperaba una parte importantísima del pasado de la ciudad califal, evitando la desaparición o el olvido del bello crucificado de grandes dimensiones. A Él le dieron un presente y un futuro en nuestra Semana Santa, en la que ocupa un lugar destacado en el Miércoles Santo, noche en la que, majestuoso, recorre las calles cordobesas con una seriedad y clasicismo a los que el tiempo no parece afectar y que les ha valido el merecido y poético sobrenombre de “Silencio Blanco”.
Fotografía Hermandad de la Misericordia