Esther Mª Ojeda. En una fecha tan señalada en nuestro calendario como es el día del Pilar, es obligada la reseña que nos sitúe en los orígenes zaragozanos que, a parte de gozar de la consabida y popular tradición, también cabe responsabilizarlos de la costumbre sevillana, que según cuenta la historia llegó de la mano de los caballeros zaragozanos que acudieron a la conquista de la capital hispalense para más tarde pasar a convertirse en los fundadores de la Hermandad de Nuestra Señora del Pilar.
Con tales antecedentes, no es de extrañar que los primeros miembros de la corporación fueran únicamente familias originales de Aragón, un hábito que se vio interrumpido cuando en 1696 la hermandad comenzó a permitir el ingreso de todo el mundo independientemente de su lugar de procedencia, consiguiendo con ello fortalecerse de forma considerable con el paso de los siglos y suscitando una gran devoción de la que participaba todo el pueblo, especialmente los vecinos de los alrededores de San Pedro quienes celebraban la velada que tenía lugar a comienzos del siglo XX. La tradición llegó a alcanzar tal fama que los cultos del Pilar de 1925 contaron con la presencia del entonces infante Carlos de Borbón.
Aunque la veneradísima Virgen del Pilar no podía ser habitualmente vista en procesión, su historia alberga algunas fechas de salidas extraordinarias hacia la Catedral en las que sus devotos pudieron verla recorrer las calles sevillanas: la primera, tras la guerra, se dio cita el 29 de diciembre 1939, ocasión en la que acudió a presidir un triduo conmemorativo que llegaría el 1 de enero de 1940 como celebración de XIX Centenario de la llegada de la Virgen a Zaragoza; en octubre del mismo año, tuvo lugar el primer congreso mariano diocesano, que se convertía en una procesión magna compuesta por veinte pasos que incluían a la Virgen del Pilar; por último, el pueblo volvía a ser testigo de una nueva salida en noviembre del año 1946 con motivo de la ceremonia de patronato celebrado en honor a la Virgen de los Reyes.
A pesar de que la tradición que precede a la Virgen del Pilar es aún más antigua, su representación sevillana data de una fecha que oscila entre 1741 y 1748. Se trata de una imagen de 1,15 metros si tenemos en cuenta la nube sobre la que se alza y lleva en su mano izquierda un Niño Jesús, acorde a los cánones establecidos por las típicas Glorias. La escena que nos ofrece la Santísima Virgen se vería incompleta sin la columna que asimismo sostiene su nube y que escoltan dos ángeles y dos Varones Apostólicos – estos últimos al pie de la columna – a cuyo lado se sitúa Santiago, quien dirige a Ella su mirada recreando la famosa aparición de la Virgen al discípulo.
Independientemente de las salidas procesionales que han caracterizado la extensa historia de la Virgen del Pilar, en ella también figuran anécdotas tan reseñables como la acaecida en 1941, año en que la enseña nacional que iba del frontis del paso de la Señora fue empleado para transportar el cadáver del príncipe D. Carlos de Borbón, cuyo entierro tuvo lugar en la Parroquia del Salvador.
Tampoco subestimables fueron las dos ocasiones en las que en la festividad del día del Pilar se repartieron ni más ni menos que 2000 kilos de pan a personas sin recursos, acto de caridad que pudo verse materializado gracias a la iniciativa y generosidad de un miembro de la cofradía de María Santísima del Pilar, quien para ello aportó de sus propios ingresos la cantidad monetaria necesaria.
El año 2002 trajo consigo una innovación que supuso la sustitución de su anterior y deteriorado paso neogótico por otro de semejantes características tallado por José Mª López Pavón con carpintería de los talleres de Pedro Fernández Leal. La riqueza de los enseres que rodean a la Santísima Virgen no se reduce a aquella adquisición, ya que cuenta en su ajuar con una llamativa y pequeña corona, en la que cabe destacar la aureola de gran antigüedad – algunas hipótesis apuntan a que se trate de una pieza seiscentista – sin dejar de lado la corona del Niño al tratarse de un elemento donado por el ilustre platero aragonés Alexandre y a la que en su día se le estimaba un valor de 120 reales de vellón.
La procesión de la Virgen del Pilar sigue el mismo modelo de los recorridos realizados tanto por la Divina Pastora como por la Virgen de la Cabeza, visitando con ello los distintos conventos y capillas de los alrededores y contribuyendo a perpetuar así la tradición de una devoción con tanta trayectoria como lo es para la ciudad de Sevilla la de Nuestra Señora del Pilar.