Segunda tirada de mi opinión, pero en silencio, tranquilo y paso firme, que no se note que vamos de frente, ya que si no, puede que alguien de Palacio diga que hacemos mucho ruido y tenemos que parar para no levantar sospechas.
Últimamente, por desgracia, estamos viviendo crisis internas en Hermandades que, si bien es cierto tienen su derecho a no dar explicaciones públicas, tienen el deber de dar a conocer a sus hermanos lo que acaece en su corporación. Las reglas del juego han de cumplirse, y nada más informar a Palacio -sea de donde sea el palacio- se debe convocar un cabildo para proceder a informar a todos los hermanos, y no que éstos se levanten una buena mañana, abran el periódico, y se enteren que en su hermandad ha habido un desfalco, o que un ex-hermano mayor se dedicó a mezclar las cenizas de sus difuntos que tenían depositadas con todo su cariño en un columbario a los pies de sus titulares.
Sevilla, Córdoba o León, me da igual, deben cumplir las reglas, pero existe otra superior, casi divina, que impera, y es la regla del silencio, la que llega desde un palacio arzobispal en los que se ruega o se pide encarecidamente a la junta de gobierno que no levanten ruido porque no se debe saber, pero basta para que se diga eso, para que a continuación lleguen las noticias de que se ha interpuesto una demanda por actos indebidos por parte de hermanos que ocupaban cargos de suma importancia, y previamente no se haya informado a los afectados, es decir, a los hermanos.
La regla del silencio hace más daño que bien, ya que como digo, a muchos se les atraganta la tostá de tomate y aceite con el café mañanero cuando se entera de las noticias que ocurren por su hermandad, sin que su responsable máximo de la cara hasta que Palacio diga. Por eso yo, racheando suavemente sin hacer mucho ruido, me voy con mi horqueta para casa, todo sea que me llamen de Palacio para que no siga levantando polvo del suelo... que luego todo se sabe.
Adrián Martín