Corría el año 1992. Año de elecciones presidenciales en Estados Unidos. El Presidente George Bush (Bush padre) aspiraba a revalidar mandato y a seguir en la Casa Blanca otros 4 años más. Poco antes de que se celebraran los comicios el candidato republicano Bush era considerado imbatible por la mayoría de los analistas políticos. Sobre todo en base a los éxitos que el mismo había cosechado en política exterior, como fue el fin de la Guerra Fría o la Guerra del Golfo Pérsico. La popularidad de Bush había llegado a alcanzar un 90% de aceptación, ¡todo un récord histórico!
En tales circunstancias, James Carville, estratega de la campaña electoral de Bill Clinton, pensó que la campaña del candidato demócrata debía centrarse en cuestiones más relacionadas con la vida cotidiana de los ciudadanos y con sus necesidades más inmediatas. Con el fin de mantener la campaña enfocada en un mensaje, Carville pegó un cartel en las oficinas desde las que se gestionaba la misma que contenía tres ideas fundamentales:
1. Cambio vs. más de lo mismo.
2. La economía, estúpido.
3. No olvidar el sistema de salud.
Aunque el cartel era únicamente un recordatorio interno, la frase se convirtió en una especie de eslógan no oficial de la campaña de Clinton que, a la postre, resultó ser decisivo para modificar la relación de fuerzas y derrotar a Bush. Hecho harto improbable hasta poco antes.
A nuestras cofradías les hace buena falta un James Carville. No son pocas las veces que medimos el buen estado de salud de las hermandades por el público que las mismas son capaces de atraer a lo largo de todo un recorrido o por lo bien que andan sus pasos, también en ocasiones por el número de nazarenos que conforman sus cortejos e incluso por la implicación en un cuantioso número de proyectos sociales. No obstante ninguno de los indicadores anteriores ni otros muchos ayudan a determinar necesariamente que la gestión económica de una cofradía es eficaz y eficiente. Por ejemplo: es evidente que a mayor número de hermanos posea una hermandad, mayores serán sus ingresos. No obstante eso no garantiza que los mismos se gestionen de forma adecuada.
Leía hace unos días las acertadísimas declaraciones de un cofrade sevillano que decía que, en efecto, una cofradía no es una empresa pero que se debe gestionar de la misma forma que si lo fuera. ¿Funciona así la gestión económica de nuestras hermandades? Si la economía de nuestras cofradías se gestionase con el rigor y seriedad de una empresa bien llevada, ¿veríamos cofradías con sus pasos en fase de talla durante décadas? ¿Veríamos mantos y palios lisos que sustituyen a anteriores bordados que quedan en más que sospechosos paraderos desconocidos? ¿Conoceríamos hermandades que pierden sus casas de hermandad por incurrir en impagos con entidades financieras? ¿Sabríamos que existen corporaciones que rehipotecan sus locales y casas de hermandad dejando a las cofradías al borde de la ruina? ¿Cómo se explica que cuando las casetas de feria de las cofradías dejaban 5 o 6 millones "limpios" de las antiguas pesetas las corporaciones no presentaban avances patrimoniales durante años ni tampoco acometían grandes proyectos sociales?
Señoras, señores: no saben ustedes lo que algunos han tenido metido (y otros, tristemente, aún tienen) en las juntas de gobierno de sus cofradías. Porque si de verdad lo supieran se echarían a temblar. No piensen únicamente en los amigos de lo ajeno, que haberlos haylos y de muy diversos tipos: el que se toma una copa en la casa de hermandad sin pagarla so pretexto de las muchas horas de trabajo en la cofradía está robando. Hay también personas que manejan fondos que no son suyos con una alegría inexplicable y gastan con el dinero de otros lo que jamás gastarían con el del propio bolsillo. Así pues habrá incluso a quien le parezca un auténtico milagro que la mayoría de las hermandades sean capaces ya tan solo de ponerse en la calle cada año a realizar una estación de penitencia medianamente digna. A mí les confieso que me ocurre cada vez más.
Marcos Fernán Caballero