Esther Mª Ojeda. Es la Hermandad del Santo Sepulcro casi una constante en la Semana Santa de Córdoba, imprescindible en el sentido de la celebración y, por tanto, no es de extrañar que la historia de dicha corporación sea una de las de más antigüedad en nuestra hermosa ciudad, hundiendo sus raíces en el último tercio del siglo XVI. Dada la extensa trayectoria de la cofradía, cabe esperar que el paso de los siglos haya favorecido un cúmulo de anécdotas y circunstancias que, a buen seguro, podrían resultar sorprendentes a más de uno.
En un principio y durante mucho tiempo, la corporación estuvo establecida en la Parroquia del Carmen de Puerta Nueva, dado el interés que los carmelitas calzados habían mostrado en la fundación y el apoyo a hermandades, - a pesar de que su creación se produjo durante la estancia del Convento del Carmen en la Ermita de la Vera Cruz - hasta que se produjo la exclaustración ya en el año 1835. Así, en aquellos remotos años, la entonces joven cofradía se ve enormemente impulsada, gracias en parte a la estación de penitencia realizada en la noche del Viernes Santo y rindiendo culto a dos imágenes: la de Cristo Yacente – titular de la hermandad – y una gran desconocida, Nuestra Señora de las Angustias o de la Quinta Angustia, la cual también era sacada en procesión y contaba con el cariño y el fervor de numerosos fieles.
La historia de la talla de Nuestro Señor del Santo Sepulcro constituye en ciertos sentidos una incógnita para el colectivo cofrade, pues de ella sabemos con certeza que se trata de una imagen realizada a comienzos del siglo XVII, aunque nunca se ha llegado a encontrar documentos que den pista alguna sobre su autoría. Sin embargo, los estudios realizados en torno a este tema parecen apuntar a que la del Señor sea obra de un imaginero cordobés con claras influencias y sólido conocimiento de la escuela sevillana.
Una de las curiosidades más reseñables acerca de la imagen de Nuestro Señor del Santo Sepulcro se debe incuestionablemente a su fisonomía, pues tal y como se puede apreciar, su postura resulta un tanto antinatural para la iconografía para la que ha sido utilizado. Esto se debe a que anteriormente, la talla no era la de un Cristo yacente, sino la de un crucificado muerto, al parecer con los brazos articulados, que posteriormente le fueron fijados aunque se aún se desconocen los motivos que incentivaron tan curiosa modificación.
La idea original del crucificado es fácilmente perceptible tanto por la posición de los pies – estando un sobrepuesto al otro al estilo de los tres clavos - como por la forma en la que la cabeza del Señor se desploma hundiendo la barbilla en el pecho, dando lugar a la representativa escena de Cristo muerto en la cruz. Asimismo, resultan reveladoras las gotas de sangre que se deslizan en dirección a los ojos – en lugar de caer lateralmente – tal y como ocurriría en el caso de un crucificado.
La llamativa anatomía del Señor del Santo Sepulcro, llegó incluso a servir en numerosas ocasiones para representar la escena del descendimiento de Cristo, antecedentes que han seguido influyendo en la hermandad, puesto que aún hoy esta recuerda esos días en las funciones anuales de la cofradía, en que la imagen de Cristo suspendido de la cruz sujeto únicamente por un sudario.
Posteriormente, ya a mediados del siglo XIX, el Ayuntamiento de Córdoba tomaba la determinación de recuperar la tradicional de la procesión del Santo Entierro y, como consecuencia, la Hermandad del Santo Sepulcro se volvía a constituir ahora en la Parroquia de El Salvador y Santo Domingo de Silos, motivando por lo tanto el traslado de las antiguas imágenes a este céntrico templo. A partir de ese momento, la centenaria cofradía viviría una sucesión de crisis que interrumpieron la historia de la corporación con sus correspondientes refundaciones, sobreviviendo a los baches a los que muchas otras también debieron hacer frente.
Ya en el siglo XX, tras la refundación de la Hermandad del Santo Sepulcro en 1977 – y a pesar de que este hecho pueda resultar desconocido para muchos – surge en el seno de la cofradía un grupo de miembros que plantean la posibilidad de encargar al imaginero sevillano Luis Ortega Bru la talla de un nuevo titular. Como es lógico, de haberse llevado a cabo esta iniciativa, la primitiva imagen manierista se habría visto definitivamente reemplazada para pasar discretamente a formar parte del pasado de la clásica corporación de la Plaza de la Compañía.
No obstante, el proyecto no prosperó debido al excesivo coste que este encargo significaba para la entonces resurgida hermandad a pesar de que el célebre escultor llegó incluso a realizar en barro, en tamaño académico, el magnífico Cristo yacente que Córdoba podría haber tenido – mostrado en la fotografía. Ante estas circunstancias la cofradía se vio obligada a renunciar a su deseo inicial y optó por adoptar una vez más al antiguo yacente que desde hacía ya años recibía culto en la Iglesia de El Salvador y que tanto ha alimentado la historia de una hermandad esencial en nuestra Semana Santa.
Fotografía Patio Cordobés