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miércoles, 7 de diciembre de 2016

La Virgen de Villaviciosa en la festividad de la Inmaculada Concepción


Esther Mª Ojeda. A pocas horas del 8 de diciembre, la comunidad se prepara para celebrar un año más la festividad de la Inmaculada Concepción. Esta extensa tradición que encuentra sus orígenes en el denominado Milagro de Empel, que se remonta a esa misma fecha en el año 1585 y a partir de la cual la Inmaculada Concepción pasaría a convertirse en la patrona de los Tercios españoles y también de actual infantería española.

De conformidad con esta antigua costumbre, en la mañana de hoy, la Hermandad de Villaviciosa de Córdoba adjuntaba en su cuenta de Twitter (@VILLAVICIOSA_) un documento titulado “El inmaculismo y la Virgen de Villaviciosa”, redactado por Ángel Fernández Dueñas y con el que reforzar la idea de que la “Córdoba inmaculista celebra cada sucesivo paso hacia la declaración dogmática, ante la Virgen de Villaviciosa”.

La razón de ese vínculo entre la celebración de la Inmaculada Concepción y la Virgen de Villaviciosa radica en la tradicional e imprescindible presencia de esta última en los actos inmaculistas de mayor relevancia que se fueron celebrando en nuestra hermosa ciudad a lo largo de todo el siglo XVII. Dicha advocación fue adquiriendo un gran protagonismo entre el pueblo cordobés desde la remota época de los Austrias hasta convertirse en una arraigada devoción, fundamental en la vida religiosa de la ciudad califal hasta que tristemente y con el transcurso del tiempo fue perdiendo popularidad llegando incluso a caer en el olvido.

Sin embargo, dada su gran trascendencia en el que fuera un absoluto período de esplendor para la cordobesa Virgen de Villaviciosa, Ella estuvo siempre estrechamente ligada al movimiento inmaculista y a cualquier suceso relacionado con ello – pues Córdoba al igual que el resto de la nación había asimilado a la perfección el célebre “llena eres de gracia” del Arcángel Gabriel – motivando así que en aquel entonces le fueran dedicados una infinidad de actos religiosos de gran solemnidad y fervor colectivo.

A pesar de la gran importancia que la Virgen de Villaviciosa alcanzase en el mencionado siglo XVII como parte indispensable en las celebraciones de la Inmaculada Concepción, se podría afirmar que los orígenes de su festividad en esta ciudad son aún más antiguos, puesto que ya en el año de 1350 el obispo cordobés Fernando de Cabrera decide proclamarla fiesta en toda su diócesis, adelantándose así a otras ciudades como Barcelona, Zaragoza y Valencia y apoyando con esa determinación a la defensa encabezada por Juan de Contreras y Fray Pedro de Perqueri durante el Concilio de Basilea que tuvo lugar en el siglo XV. Los esfuerzos realizados por esa convicción se verían finalmente recompensados cuando el papa Sixto IV apoyaba la iniciativa defendida por estos y tantos otros, aprobando asimismo la designación de la susodicha festividad.

No obstante, no todo estaba ganado, pues se desencadenó una nueva polémica en el mismo 8 de diciembre de 1614, fecha en la que el dominico Fray Cristóbal de Torres aprovechó la homilía que debía dar en la propia Catedral para hacer una defensa de la postura opuesta a la celebración de la Inmaculada, reavivando los enfrentamientos ocasionados anteriormente y culminando con la prohibición por parte del también dominico obispo, Fray Diego Mardones, de cualquier acto en honor de la Inmaculada Concepción. Una imposición que no duraría mucho, ya que el obispo se vería obligado a retirar la mencionada prohibición atendiendo a la orden emitida por el propio Felipe III en pro de la festividad de la Inmaculada.

Ese sentimiento se hace cada vez más palpable en el pueblo cordobés, que como consecuencia empieza a reclamar manifestaciones colectivas que llegaría en noviembre de 1650 con una solemne función religiosa celebrada en presencia de la Virgen de Villaviciosa, imagen que presidió la ceremonia desde el altar mayor de la Catedral. Esta fue una jornada histórica e indispensable para entender la festividad de la Inmaculada Concepción en Córdoba, ya que durante el acto se sucedieron la misa votiva de la Concepción, el juramento mediante el que se prometía defender la celebración y la predicación del racionero. El broche a tan importante ceremonia vendría una vez más de la mano de la Virgen de Villaviciosa, que fue sacada en procesión por el Patio de los Naranjos.

El intenso movimiento inmaculista y las pertinentes celebraciones se verían impulsadas nuevamente gracias a la Bula emitida en 1662 por el papa Alejandro VII, la cual favoreció la proclamación de tres días de fiesta, el solemne Octavario – llevado a término en la Iglesia de San Francisco – y los actos religiosos en la Capilla de Villaviciosa, todo ello aprobado por el cabildo catedralicio.

No obstante, más tarde comenzaría un declive por el que la Virgen de Villaviciosa iría perdiendo progresivamente su lugar hasta entonces irremplazable, primero al ser retenida indefinidamente en la Catedral en 1698 y viéndose totalmente alejada del que había sido su papel ya para un 1854 en el que la Inmaculada Concepción de la Virgen era declarada dogma de fe. Este fue solo el principio de un fin que habría de llegar cuando la Virgen de Villaviciosa fue retirada de su capilla catedralicia como prueba irrefutable del fin de una época y del desencanto con el que la ciudad de Córdoba pagaba a la Señora a la que tiempo atrás había venerado.


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