Joaquín de Sierra i Fabra. Suspira el querubín ansioso por la inminencia del día de la Inmaculada esperando que llegue el momento de posarse en cada altar que las cofradías de la ciudad erigen para la Madre de Dios y así quedarse extasiado ante tanta belleza.
Suspiros alados porque la Señora a la que el ángel más ligado siempre estuvo vuelve a la casa de donde nunca debió salir para partir hacia el destino al que nunca debió llegar sabiendo que si por él fuera las puertas del convento cardenalicio quedarían bien selladas con Ella y el joven apóstol a su lado.
Suspira el ángel al comprobar que en otro antiguo convento de la ciudad la gran devoción de los frailes ha sido ataviada desterrando los colores inmaculados poniendo sobre Ella un extraño manto azul que el alado juraría ante el Santísimo Sacramento que bien pudiera ser de pana, pana que debiera ser partida y es que aquí el que se cree que parte la pana realmente va de pena.
Suspiros alados porque la Señora a la que el ángel más ligado siempre estuvo vuelve a la casa de donde nunca debió salir para partir hacia el destino al que nunca debió llegar sabiendo que si por él fuera las puertas del convento cardenalicio quedarían bien selladas con Ella y el joven apóstol a su lado.
Suspira el ángel al comprobar que en otro antiguo convento de la ciudad la gran devoción de los frailes ha sido ataviada desterrando los colores inmaculados poniendo sobre Ella un extraño manto azul que el alado juraría ante el Santísimo Sacramento que bien pudiera ser de pana, pana que debiera ser partida y es que aquí el que se cree que parte la pana realmente va de pena.
Foto Antonio Poyato