Carlos Gómez. Su presencia se halla profundamente enraizada con el recuerdo atesorado en la memoria de muchos de los cofrades que habitábamos por aquél entonces en la cercanía de San Miguel. Un recuerdo de visitas al templo solamente para verla a Ella, en una capilla junto al altar mayor, donde esperaba paciente e humildemente la llegada de todos y cada uno de los que ansiábamos bañarnos en sus pupilas y tal vez tener la oportunidad de habitar en su cercanía bajo la luna de Nisan.
El mismo destino que la llevó a San Miguel, provocó su éxodo hacia la maravillosa encrucijada de callejuelas que hoy es el hogar de María Santísima del Rocío y Lágrimas, la joya de Francisco Romero que luce poderosa desde su joyero del Buen Pastor, en el corazón de la Judería, hacia donde peregrinó hace ahora exactamente un cuarto de siglo por obra y gracia de la determinación de sus gentes que deseaban labrar su altar de devociones en un lugar que mereciese su esencia infinita.
Y así ocurrió. Aquella mañana del 12 de enero, domingo, la bellísima dolorosa, a las nueve de la mañana, vestida por el propio imaginero y luciendo una corona de María Santísima de la Encarnación cedida por la hermandad del Amor, abandonó el que durante un tiempo que no llegó a dos años fue su altar efímero, de la mano del añorado párroco de San Miguel, D. Miguel Vacas Gutiérrez, para encontrar acomodo en el hogar de las Madres Filipenses del convento del Buen Pastor que acogieron a la nueva corporación en su convento, a cuyas puertas esperaban las religiosas de la comunidad.
Luego llegaría su Hijo, y los sueños de cofradía de todos cuantos pusieron su granito de arena para convertir al Perdón en la indiscutible realidad en que hoy se ha convertido. El día en que Rocío y Lágrimas peregrinó al Buen Pastor se pusieron los cimientos del sueño maravilloso que el destino convirtió en una gran hermandad.
Fotos Hermandad del Perdón