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sábado, 7 de enero de 2017

El incendio al que sobrevivió el Gran Poder


Esther Mª Ojeda. Ahora que han pasado únicamente unas horas desde que Sevilla haya dado la bienvenida al año que acaba de comenzar como sólo ella sabe, junto al mismísimo Dios que habita en sus entrañas porque la gubia del cordobés más universal así lo quiso, es un momento tan bueno como cualquier otro para rememorar uno de los sucesos más inquietantes de cuantos han ido teniendo lugar a lo largo de la extensa historia del Nazareno más célebre de la capital hispalense, por cuanto pudo dejarnos sin su infinita presencia. Un acontecimiento que se produjo un viernes 15 de marzo de 1985 cuando, tras haber finalizado el rezo del Vía Crucis que la Hermandad del Gran Poder había celebrado previamente, el capiller segundo de la corporación irrumpió – en el popular casinillo en el que tan a menudo se reúnen sus miembros – pidiendo ayuda y reclamando extintores atropelladamente.

Se descubrió entonces que se había ocasionado un incendio en la sala habilitada en el interior de la Iglesia de San Lorenzo, presidida por una fotografía del Señor del Gran Poder, para acoger las velas de promesas de los fieles. El incidente, según se supo, se debió a que las velas que por aquel entonces era empleadas para tal fin se adquirían con asombrosa frecuencia en las populares tiendas de “veinte duros” y en cuya fabricación se empleaba una gran cantidad de parafina, lo cual sumado a la vela en cuestión que se presuponía mal colocado protagonizó unos críticos momentos de tensión.

Sin embargo, lo que a priori podría parecer un percance sin grandes consecuencias se fue agravando hasta el punto de que los esfuerzos por sofocar el fuego de algunos de los miembros de la hermandad resultaron inútiles. Llegados a ese extremo, estos se vieron obligados a desalojar todas las distintas – y en aquel momento concurridas – estancias. Fue entonces cuando, ante el alcance del asunto, los priostes se apresuraron a cubrir la talla del Señor dispuestos a sacar la obra de Juan de Mesa por la puerta de la sacristía.

Asimismo, fue necesario bloquear la entrada de la iglesia con los bancos para evitar que un multitudinario grupo de devotos accediesen al interior con la intención de intentar salvar la querida imagen del Jesús del Gran Poder. La expectación y el nerviosismo en el entorno de San Lorenzo crecían por momentos, en gran medida gracias a la difusión que el incendio alcanzó mediante un programa de radio.

Mientras los bomberos hacían lo posible por llegar a las inmediaciones de la iglesia, no sin obstáculos, los allí presentes permanecían inmóviles a la espera de un final satisfactorio. Sin embargo, durante esa interminable y dramática espera, los testigos sentían, angustiados, el calor que el templo irradiaba por el incendio, escuchando incluso como algunas de las piezas ornamentales del interior se rompían irremediablemente. 

Como cabe imaginar, a pesar de la incertidumbre vivida y el drama que a veces llegó a palparse, la imagen del Señor no sufrió las consecuencias del fuego. A ese júbilo hubo que sumar un hecho que, a lo largo del tiempo, algunos han calificado de inexplicable e incluso de milagroso, pues cuando se abordó la estimación de los daños sufridos se encontró entre los restos del cristal y el marco, reducidos a cenizas, la fotografía intacta de Jesús del Gran Poder a la que los fieles tantas velas y promesas habían dedicado el día anterior. 

Foto Antonio Rendón



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