Nunca creí en esas cosas. Pero comenzaron los primeros
acordes de Soleá dame la mano y algo dentro de mí cambió. No sé si era por la
marcha, la calle, el último relevo de una tarde y noche de las que duelen.
Supuse que era Ella una vez porque hay amores que cuando te tocan, por más
dolor y espinas que tengan y más que duelan, ya no se van. Renacen en cada
brasa, en cada mirada, en la caída exacta de sus párpados que tanto daño me
hacen.
Los pasos avanzaron despacito y al son y todo iba cobrando
sentido. Quizá el sol de mediodía o la mirada limpia de mi hijo o la alegría
que uno tiene al día siguiente cuando sabe que lo ha dado todo de sí quieran
desmentirlo todo. Ya no es posible, aunque uno siga siendo siempre lo que es. Soleá avanzaba San Pablo abajo y, con el
último acorde la decisión estaba tomada.
Mandaron relevo y solo pude quedarme frente a Ella. Nos
miramos en el tiempo que duró su entrada, en los instantes en que sus
costaleros dejaron su palio a ras de mundo para que superase el cancel de San
Andrés. Su cuerpo avanzó hacia a mí casi a la misma altura, casi para abrazarme
si no lo estaba haciendo. Era mi última vez y lo estaba sintiendo en aquel
preciso instante. Tal vez, algo excepcional casi desmienta esto que ahora afirmo,
pero será un instante fugaz. Porque donde nací una vez moriré siempre.
Blas Jesús Muñoz