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jueves, 17 de abril de 2014

El cáliz de Claudio: Caridad dame la mano


Nunca creí en esas cosas. Pero comenzaron los primeros acordes de Soleá dame la mano y algo dentro de mí cambió. No sé si era por la marcha, la calle, el último relevo de una tarde y noche de las que duelen. Supuse que era Ella una vez porque hay amores que cuando te tocan, por más dolor y espinas que tengan y más que duelan, ya no se van. Renacen en cada brasa, en cada mirada, en la caída exacta de sus párpados que tanto daño me hacen.

Los pasos avanzaron despacito y al son y todo iba cobrando sentido. Quizá el sol de mediodía o la mirada limpia de mi hijo o la alegría que uno tiene al día siguiente cuando sabe que lo ha dado todo de sí quieran desmentirlo todo. Ya no es posible, aunque uno siga siendo siempre lo que es. Soleá avanzaba San Pablo abajo y, con el último acorde la decisión estaba tomada.

Mandaron relevo y solo pude quedarme frente a Ella. Nos miramos en el tiempo que duró su entrada, en los instantes en que sus costaleros dejaron su palio a ras de mundo para que superase el cancel de San Andrés. Su cuerpo avanzó hacia a mí casi a la misma altura, casi para abrazarme si no lo estaba haciendo. Era mi última vez y lo estaba sintiendo en aquel preciso instante. Tal vez, algo excepcional casi desmienta esto que ahora afirmo, pero será un instante fugaz. Porque donde nací una vez moriré siempre.

Blas Jesús Muñoz





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