Cuando la ciudad abrió sus brazos para recibir un nuevo
Martes Santo, el cielo se congració con la tierra un día más y brindó una
jornada extraordinaria, casi veraniega, en la que apetecía salir, oler a
incienso, encontrarse con amigos, llevar a los niños de paseo y saludar a los
sagrados titulares que preñaban de religiosidad y costumbrismo las calles
malagueñas. Cuando la cofradía del Rocío estaba entrando en la calle Larios y
el Cristo de la Agonía tomaba la Alameda, las campanas de la iglesia de la
Esperanza comenzaron a repicar y las miradas se fijaron en el puente. Por allí
pasaba Jesús Nazareno del Perdón seguido de María Santísima de Nueva Esperanza.
Con Jesús de la Humillación y la Virgen de la Estrella a punto de salir de
Santo Domingo, el Martes Santo latía en plenitud. El otro escenario recogía en
paralelo los otros protagonistas de la tarde, las hermandades victorianas.
Rescate y Sentencia cerrarían el recorrido oficial en una jornada perfecta.
No cabía un alfiler en la Plaza San Marcelino Champagnat
para esperar a la Novia de Málaga a la hora del café. El sol apretaba mientras
el público asistente aguantaba con paraguas y gafas de sol. Tres llamadas al
portón y la Cruz Guía de la Casa Hermandad del Rocío abría el desfile
procesional en punto. Diez minutos más tarde era Nuestro Padre Jesús Nazareno
de los Pasos en el Monte Calvario el que enfilaba la difícil cuesta del
Altozano. Algo hacía murmurar a los malagueños allí presentes. El Nazareno
llevaba, por primera vez en sus más de 90 años de historia una túnica morada,
obra de Raquel Romero.
Bajo los vítores de "guapa, guapa y guapa", María
Santísima del Rocío ponía en marcha un recorrido de casi nueve horas en su
último año antes de ser coronada canónicamente en 2015. Adornada con los
claveles depositados el lunes en las ofrendas, la Novia de Málaga, la Virgen
favorita de los malagueños, que cada año desborda alegría por las calles de
Málaga.
La Tribuna de los Pobres se llenó para recibir al Nazareno y
a María Santísima del Rocío, que se situaron frente a la Tribuna para elevarlos
a pulso. La entrada a Calle Echegaray, desde San Agustín, acogió a las entrañas
de los portadores, que tuvieron que llevar con esmero y cuidado al Nazareno y a
la Virgen del Rocío al son de Puerta del Cielo. El barrio victoriano se volcó a
la vuelta, en la larga Calle Victoria para recibir a su novia, a la Novia de
Málaga y dar un último impulso a los hombres de trono, que llevaban
procesionando desde primera hora de la tarde.
La Policía intentaba dejar espacio libre en la plazuela
Virgen de las Penas, pero fue una labor complicada. Muchos eran los que querían
ver de cerca la salida de la cofradía de las Penas, el Crucificado, la Señora
del manto de flores. Puntuales sonaron unos toques del interior del oratorio de
Santa María Reina y Madre y se abrió la puerta a la cruz guía. Las túnicas
negras y capirotes burdeos comenzaron a desfilar con los sones de la banda de
cornetas y tambores de la Esperanza por el tortuoso trazado árabe de Pozos
Dulces. En cada zigzag de la calle, decenas de fieles esperaban ver una de las
estampas más especiales del Martes Santo.
El Cristo de piel morena, de rostro ensangrentado y mirada
cansada, casi vencida y a punto de agonizar, asomó llevado por unos 150
portadores y llenó la plaza con la rotundidad de su imagen. Avanzó para hacer
el ángulo perfecto que le permitiese iniciar su recorrido en una tarde
espléndida. Los faroles salieron encendidos y los portadores serios y
concentrados en el paso, la música elevó las almas igual que las miradas hacia
los ojos del Santísimo Cristo de la Agonía entonando alguna plegaria callada.
En su estación de penitencia lo acompañaba María Santísima
de las Penas, la más peculiar de todas las Dolorosas por su manto confeccionado
con flores naturales, una historia que se remonta a 1944. Un año después de la
incorporación de la hermandad a la Agrupación de Cofradías, el jardinero mayor
del Parque, Alfonso Cruz, fue el encargado de dirigir los adornos florales de
un manto que midió ocho metros y generó una leyenda. Siempre se ha creído que
se hizo por pura necesidad, por estrecheces económicas del momento, pero no hay
constancia escrita de ello. Tampoco ha llegado hasta la actualidad testimonio
de algún hermano que hubiera vivido los acontecimientos de esa fecha, como
explican desde la cofradía. Así, entre el misterio se fraguó una tradición que
perdura año tras año.
En el oratorio, minutos antes de las seis de la tarde fueron
llamados los hombres de trono para iniciar la salida. Colocaron los varales
frente a la puerta y comenzaron a "coger el paso", como pedía el
capataz. El himno de España les ayudó a cuadrar la mecida de la Virgen adornada
con claveles blancos en las ánforas. Cada centímetro de su palio verde lucía
bordado y como manto la primavera. Ramas de ciprés, margaritas blancas y una
mariposa de siemprevivas se fueron desfilando por la estrecha calleja. Las
Penas ya estaba en la calle para dar sentido nuevamente al Martes Santo.
Poco antes de las cuatro de la tarde toda Nueva Málaga
estaba echada a la calle. Los que no bajaron era porque aguardaban desde sus
terrazas y balcones. Esperaban, entre charlas de padres y abuelos, de vecinos y
amigos cercanos, la procesión de Jesús Nazareno del Perdón y María santísima de
Nueva Esperanza. Las túnicas moradas comenzaron a salir de la iglesia en una
tarde despejada y absolutamente primaveral. Minutos después de que se formara
el cortejo sonaron las campanas del primer trono que salía de su casa
hermandad, en la parte trasera del templo. Inició su paso mecido con tremenda
elegancia el Cristo que porta el madero sobre su pedestal de oro. Aún no frenaba
el murmullo, la excitación se palpaba en el ambiente, el barrio entero se había
congregado en el camino de Castillejos y la calle Magistrado Salvador Barberá
para ver a su cofradía, la que cada Martes Santo realiza una empresa titánica,
de esfuerzo y dedicación. No en balde es la hermandad con el recorrido más
largo de la Pasión malagueña.
Casi trece horas en la calle, sin descanso, es la particular
penitencia de estos nazarenos y hombres de trono que iniciaban el itinerario
orgullosos de portar al Señor en su camino al calvario con la pesada cruz que
un ángel le ayuda a soportar. La banda del Cautivo de Estepona embellecía la
estampa a la espera de la salida de su Madre, trono que este año ha estrenado
la pintura del sobre techo del palio.
Cuando las mantillas y los capirotes verdes con túnicas
color crema ya enfilaban la calle salió la Virgen, en su trono de plata y oro,
con el manto de terciopelo que aguarda aún los bordados y la candelería
encendida. Flores moradas y lilas, como las del Cristo, ofrecían un bonito
contraste al color esperanza de las telas. Con la responsabilidad de saber que
tenían una importante misión, los 240 hombres emprendieron los casi 7
kilómetros que tenían por delante cargando en cada hombro 15 kilos que se
duplicarían con el peso de la noche.
Por segundo año consecutivo se abrieron las puertas de la
iglesia de Santo Domingo para dar paso a la cofradía de la Estrella, que se
encerró casi siete horas más tarde en su casa hermandad de la calle Padre Jorge
Lamote.
La Policía Local, hermana honoraria de la cofradía, tuvo
ayer especial protagonismo, ya que la hermandad quiso rendir homenaje al agente
fallecido en accidente de tráfico el pasado sábado. La campana lucía un crespón
negro en señal de luto y en el trono descansó su gorra. La banda de cornetas y
tambores del Real Cuerpo de Bomberos precedió el cortejo de Nuestro Padre Jesús
de la Humillación y Perdón, una talla de Francisco Palma Burgos de 1942.
Los niños daban la mano al desfile de nazarenos. Uno por uno
parecían desear suerte y fuerza en la estación de penitencia que acababan de
comenzar. Salió una representación con el uniforme de gala de la Policía Local,
también con lazo negro. Tras ellos, los altos mandos del cuerpo.
El Señor con la túnica blanca mostrando un hombro desnudo,
humillado por la crueldad del hombre, despreciado por Herodes, aguantando la
tortura con infinita paciencia, emprendió sobre su trono de caoba y claveles
rojos su recorrido oficial seguido por la banda de la Esperanza.
Los nazarenos de túnica azul anunciaban la salida de la
Virgen a las ocho y media de la tarde, con la persistencia aún del calor.
Precedió a María Santísima de la Estrella una representación de los cuerpos del
Ejército. Los monaguillos llenaban de incienso la plaza Fray Alonso y la Virgen
sorteó con extremo cuidado el arco del templo para salir casi rozando las
tulipas de los arbotantes. "Vamos a dormirla pero andado, señores, éste es
nuestro paso", decía el capataz de la Dolorosa. La banda Maestro Eloy
García ponía la melodía y el manto salpicado de estrellas apagaba las últimas
luces de la tarde para iluminar la noche del Martes Santo.
Desde la pequeña Calle Agua, con la capilla del Rescate de
testigo directo, Nuestro Padre Jesús del Rescate encaraba la curva más difícil de
su recorrido procesional. El trono del Cristo se ha visto ampliado tanto en la
mesa como en los varales, pasando de seis a ocho, lo que hacía dificultar la
maniobra. Los malagueños se agolpaban en la esquina de la calle Victoria para
presenciar la curva, que terminó con el Cristo bajando hasta la Plaza de la
Merced.
Calle Álamos recibió con los brazos abiertos a María
Santísima de Gracia, que estrenaba la marcha Virgen de Gracia, obra de Ignacio
Fortis. El de María Santísima de Gracia es el único trono de estilo neogótico
que se procesiona en Málaga, dando una riqueza más a los tronos malagueños.
Antes, en la Casa Hermandad, la Virgen de Gracia era mecida
al ritmo de la marcha Virgen del Valle en honor a un hermano de la Hermandad
del Rescate.
Prácticamente la totalidad de las personas que asistieron a
la salida del Rescate se desplazaron unos metros para bajar a calle Frailes y
recibir al Señor de la Sentencia y María Santísima del Rosario. Media hora
antes de que se pusiese en marcha la Cruz Guía de la Hermandad de la Cruz Verde
las calles ya estaban repletas de curiosos y cofrades a partes iguales.
Un muro de obras justo enfrente de la Casa Hermandad hacía
añadir un poco más de dificultad a la maniobra de salida para un trono encaraba
un giro de 90º a la derecha para alcanzar el Mercado de la Merced. Los
capirotes morados esperaban desde la Calle Hinojosa mientras se llamaba a la
cabeza de procesión desde fuera. Tres golpes y a empezar.
La mirada del Señor de la Sentencia, sabedor de su futuro,
inspira temor, pero también perdón. La talla, obra de Martín Simón, representa
el momento en el que Jesús es sentenciado por Poncio Pilatos. Le esperaba una
comitiva de los Gitanos, la Cofradía de la Columna, cuya Casa Hermandad está
pared con pared con la de la Sentencia.
Desde niños chicos en cochecitos de bebé hasta personas
mayores con bastón. Desde autóctonos de la propia Cruz Verde hasta turistas
cámara en mano. Nadie quiso perderse la salida procesional de Nuestra Señora
del Rosario, que justo antes de salir realizaba, dentro, un momento de
recogimiento para los hermanos allí presentes.