En el cruce entre Cisneros y San Juan, cada Miércoles Santo
se encuentran multitud de historias a primeras horas de la tarde. Centenares de
hombres de trono se citan en la cafetería de la esquina para renovar su
compromiso fraterno antes de meterse varias horas debajo del varal o del
submarino. Celebran la vida para después pasear la muerte. Muchos venían solos
hace años y ahora lo hacen con sus hijos, nuevas generaciones que aprenderán el
amor por una tradición que se perpetúa sin descanso. Cada año es igual, cada
año es diferente. En cualquier esquina se vive un instante único, se escucha un
comentario nunca antes oído, se observa una mirada, se escapa una lágrima. Como
las que corrieron el año pasado por las mejillas de los cofrades al mismo
tiempo que el agua bañaba su querido patrimonio, sus venerados titulares. Así
que ayer tocaba disfrutar de una jornada veraniega, con muchas horas de luz y
una luna llena dispuesta a iluminar la noche.
Sin reuniones de última hora, ni decisiones dolorosas, todas
las hermandades del Miércoles Santo se encontraron con una Málaga que estaba
deseosa de recibirlas, de vitorearlas, de quererlas. Arrancó Salesianos la
tarde y le siguieron Fusionadas, Paloma, El Rico y La Sangre. El círculo se
cerró con el broche que todos esperan ver asomar desde la Plaza Enrique
Navarro, el Santísimo Cristo de la Expiración y la Virgen de los Dolores Coronada.
Capuchinos volvía a vestirse de gala para recibir al
Santísimo Cristo de las Penas y María Santísima del Auxilio. Un cuarto de hora
antes que en la pasada Semana Santa, la Hermandad Salesiana ponía los pies en
la calle desde el barrio capuchino a las cuatro de la tarde. El cortejo
procesional estrenó recorrido con la bajada de calle Ollerías en detrimento de
Dos Aceras, llegando con un poco de adelanto con respecto al horario
establecido. Las campanas de casi la totalidad de las Cofradías y Hermandades
que marcan el paso de los nazarenos se cambiaba por golpes en el suelo con el
bastón debido al paso de la Hermandad por las calles de Málaga.
La Santa Iglesia Catedral Basílica volvía a acoger, una vez
más, una estación de penitencia. Alrededor de las nueve de la noche, justo
después de que María Santísima del Amor pasase por calle Santa María, el trono
del Santísimo Cristo de las Penas entraba por el Patio de los Naranjos. Es una
de las pocas Hermandades que sólo tiene un trono procesionando por Málaga.
La Hermandad Salesiana procesionaba a buen paso por el
centro. El pasado año tuvieron que darse prisa para que las lluvias no le
estropearan la talla procesional. Este año, el buen tiempo respetó los deseos
de los hermanos cofrades, que pudieron enseñar a los malagueños su devoción por
el Santo Cristo de las Penas.
En el interior de la barroca iglesia de San Juan se
desplegaba un babel de nazarenos, portadores, cofrades y representantes
públicos con sus respectivos guardaespaldas. Los cuatro tronos de Fusionadas
aguardaban su turno para salir del templo. Junto a ellos Lágrimas y Favores, el
Cristo de la Veracruz, Redención y Dolores de San Juan conformaban una
escenografía impresionante y repleta de simbolismo. Cuando pasaban unos minutos
de las 17:30 salió Nuestro Padre Jesús de Azotes y Columna. Los hombres del exterior
cambiaron de hombro para salvar la anchura de la puerta. El Señor flagelado a
manos de sus torturadores empezaba así su recorrido procesional. Preparado ya
estaba Moreno Bonilla para dar el toque de campana a Exaltacion. Comenzaron a
salir los capirotes rojos. El bullicio no cesaba, demasiadas almas recluidas en
el mismo espacio con muchas ganas de salir a la calle a procesionar a sus
titulares tras el amargo recuerdo de la lluvia del pasado año, la que les
obligo a darse la vuelta a la entrada de la calle Larios.
El humo del incienso penetró en el templo, sonaron los
acordes de la banda de cornetas y tambores de Fusionadas y el segundo trono de
la cofradía fue avanzando. El Señor crucificado que es izado en el Calvario
inició despacio y sin casi mecer su salida. Hubo que bajar un poco para que el
remate del madero no chocara con el techo. Tras el Santísimo, los nazarenos
negros con cinturón de esparto del Cristo de Ánimas y Ciegos siguieron el
cortejo. El Ejército del Aire ya esperaba fuera a la imagen venerada, una hora
antes su rápido y contundente desfile sorprendió a los espectadores que ya
estaban apostados en la calle Cisneros. Las campanas llamaron a los portadores
del Jesús crucificado y muerto, con la cabeza vencida y la sangre del costado derramada
hasta la cintura. La banda de la Esperanza, apostada en un lateral del templo
marcó el paso de los hombres de trono. En las cabezas de varal mandos de la
Brigada de Paracaidistas proclamaban su fe al Altísimo arrimando el hombro.
Pasada más de una hora desde que se viese por primera vez la
cruz guía salieron las túnicas azules que acompañaban a Nuestra Señora del
Mayor Dolor. En la calle San Juan se escuchaba cantar a los paracaidistas. La
Virgen aún esperaba dentro, con la corona de espinas que hirió a su Hijo entre
las manos, con el pesar transfigurando su rostro y los ojos puestos en el Padre
como único asidero para soportar el golpe. San Juan intenta consolar el dolor
inconsolable. Sin mecida, "quietos, a la izquierda, bajando la cabeza",
decían los capataces. Agachados para no dar con el techo enfilaron la calle San
Juan. Tras la banda, Ella cerró el templo de nuevo al recogimiento.
Las lágrimas en los ojos verdes de María Santísima de la
Paloma en el 2013 se tornaron en una mirada dulce de alegría y felicidad. Este
año la Hermandad de la Paloma pudo completar su recorrido procesional. La
salida, como cada Semana Santa, se tornó en difícil. La estrecha entrada de la
Plaza de San Francisco, abarrotada una vez más, dificultaba la entrada a calle Carretería,
donde el gentío se amontonaba esperando a la Virgen.
Unas pocas palomas salieron volando desde la Plaza San
Francisco, en una difícil maniobra. Como cada año, se produjo una de las
estampas más características del Miércoles Santo malagueño. Los arbotantes de
María Santísima de la Paloma se giraban hacia el interior del trono. La anchura
de uno de los tronos más grandes de la Semana Santa de Málaga hacen que esta
estampa sea cada año espectacular. A cada paso de los hombres de trono parecía
que la Virgen chocaría con los balcones salientes, pero el trabajo de los
portadores, impoluto, hizo una vez más que las más de cuatro toneladas de trono
paseasen por las calles de Málaga.
A la vez que María Santísima de la Paloma arrancaba los
aplausos al terminar la maniobra, Nuestro Padre Jesús de la Puente del Cedrón
avanzaba ya con paso firme por Carretería camino de la Tribuna de los Pobres.
Allí tuvieron que darse la vuelta el año pasado por una lluvia que después no
volvería a aparecer, pero que obligó a la Hermandad a darse la vuelta.
La mirada de perdón de Nuestro Padre Jesús titulado El Rico
esperaba dentro de la Casa Hermandad situada en calle Victoria a la salida de
su madre, María Santísima del Amor, que tenía que salir minutos antes para hacerle
sitio al Cristo. Por la mañana, la Virgen del Rico había salido en su trono
procesional para recibir la Medalla de Oro al Mérito Policial, máxima
distinción de la Policía, en la Plaza de la Merced. Justo delante del Cristo
del Rico procesionaba S.C.S. esperando a llegar a la Plaza del Obispo.Ante la
Catedral, y con El Rico y María Santísima del Amor como testigos, se liberaba
al preso. En 1759, un real privilegio de Carlos III de liberar a un preso. Este
año correspondía a una persona de treinta años de edad y que fue condenado a
tres años desde el pasado noviembre.
La Plaza del Obispo, vallada para que cupiesen los dos
tronos, era un hervidero de gente buscando el mejor sitio para presenciar la
liberación. A las 20:45 empezaba el acto, y media hora después Nuestro Padre
Jesús Titulado El Rico y María Santísima del Amor enfilaban Molina Lario de
camino a la Plaza de la Marina.
María Santísima del Amor, detrás de su hijo, lucía
esplendorosa por las calles de Málaga, tras no poder hacerlo en el 2013. Cada
año la Cofradía de El Rico se cruza en el lateral de la Alameda con María
Santísima de la Paloma, en una de las estampas más bonitas del Miércoles Santo
malagueño. La mirada de la Virgen del Amor denostaba, como su propio nombre
dice, amor por su hijo.
Los nazarenos formaron el cortejo en San Felipe Neri por
primera vez, salieron de la iglesia para encontrarse con sus titulares calle
Dos Aceras abajo, en su casa hermandad. La banda del Cuerpo de Bomberos ya
estaba formada y a la hora exacta que marcaba el itinerario comenzaron a hacer
sonar sus cornetas y tambores. Las puertas estaban abiertas de par en par. El
espacio es demasiado reducido para albergar los tronos del Cristo de la Sangre
y María Santísima de Consolación y Lágrimas con los varales puestos, así que
las estructuras copan un trozo de la acera. Con la candelería encendida los
repujados de oro resplandecían con fulgor.
Tocaron las campanas diez minutos después y el Cristo con el
costado atravesado por la lanza ante la mirada amarga de su madre y la
consternación de San Juan y las mujeres de Jerusalén caminó hacia la noche del
Miércoles Santo. Con suavidad, muy sereno, 225 hombros entraron el trono en la
calle Gaona para dar marcha atrás. La maniobra, laboriosa y dificultada más aún
por el gentío presente, era vigilada con atención por la Policía Nacional. Con
serenidad, comenzó la bajada por Dos Aceras para empezar un recorrido que le
llevaría más de cinco horas.
Detrás del Señor, los nazarenos de terciopelo lila
anunciaron la próxima llegada de la Virgen de Consolación y Lágrimas. Cuando
los varales asomaron se escuchó el himno de España tocado por la banda La Paz
para marcar el paso. "Es precioso", decían del manto y el palio de la
Dolorosa. No cabía ni un alma más para ver el inmenso altar que más de
doscientos portadores pasearían como señal de penitencia. Atrás, ya para el
recuerdo, quedaron las lágrimas que el año pasado provocó la lluvia. El temor
dio paso al pleno disfrute, a la celebración de una nueva Semana Santa con la
devoción a flor de piel.
La gente en legión caminaba por Trinidad Grund para buscar
al Cristo de la Expiración, el que habría de cerrar una noche completa. El gol
del Madrid resonó fuerte en las cafeterías de la zona, fe y fútbol rivalizando
en prime time. Aunque mayor era el número de los congregados en los alrededores
de la parroquia de San Pedro. Con puntualidad asomó la cabeza de la procesión,
mientras que un grupo de chavales se quejaba por el resultado del clásico.
"Se acabó el partido", dijo uno de ellos y los aficionados del equipo
perdedor se echaron las manos a la cara. Mientras ellos debatían, el cortejo
avanzaba en silencio. Sólo se escuchaba el tintineo de las campanillas de los
nazarenos. Sonaron los primeros toques y los hombres de trono acudieron a la
llamada. Ni una nota musical se oía en la plaza. Las luces se apagaron y con
ellas se acallaron las voces. Comenzó el verdadero recogimiento, los susurros,
las peticiones de silencio ante un Cristo que exhala su último aliento.
Las velas encendidas formaron dos hileras de llamas en busca
de su Señor. Irrumpieron en la plaza toques de corneta y tambores de las
Guardias Jóvenes de Valdemoro, que se colocaron a la cruz guía. El ritual
prosiguió poco antes de la medianoche, cuando la talla de Mariano Benlliure
salió finalmente a reencontrarse con el pueblo de Málaga con una espectacular
banda sonora, con la sobriedad acostumbrada, con el respeto requerido. Tras de
sí dejó un reguero de luto que sobrecogía los corazones. María Santísima de los
Dolores Coronada bañaría con sus lágrimas los últimos compases del Miércoles
Santo. Ya quedaba menos en el camino a la redención.