«Con corona o sin corona/ la
Esperanza es Macarena/ y por eso en mayo estrena/ luz de gloria su persona».
Con estos versos «el poeta macareno» –como lo definió en su presentación el
escritor Paco Robles– iniciaba anoche Joaquín Caro Romero su pregón testamentario
al «Dios Madre de la Macarena». ¿Han oído alguna vez referencia tan atrevida y
atinada a la vez para sustanciar su indiscutible primacía y Realeza? Porque «en
la Macarena –defendió el pregonero– Dios es más Madre que Padre».
Un testamento de amor a la
Esperanza firmó Caro Romero, que no de otra forma puede describirse la sublime
y postrera faena que brindó anoche sobre las tablas del Lope de Vega este poeta
después de haberse llevado «más de 50 años escribiéndole cartas de amor
platónico» a la que es un «ser vivo, divino y humano, con doble naturaleza». «A
partir de ahora me tienes en la reserva», le dijo a la Macarena, cual torero
que se corta la coleta.
Vestido con un terno azul, con
una corbata verde manto de tisú, y con la medalla de la Macarena al cuello,
Caro Romero respondió sobradamente a las expectativas que había levantado su
designación como pregonero del cincuentenario de la coronación de la Esperanza.
Parecía un pregón hecho a su imagen y semejanza y no desaprovechó la
oportunidad de salir por la puerta grande con una exaltación enormemente
macarena, plena de emotividad, en la que alternó la prosa y el verso (romances,
décimas y sonetos), y cargada de recuerdos, anécdotas y vivencias capaces de
arrancar alguna carcajada y también de poner el nudo en la garganta.
El pregonero del cincuentenario
se vanaglorió de ser el único de los tres oradores de la coronación que fue
testigo directo de cómo el jefe del Estado se rendía a las plantas de la
Macarena aquel 31 de mayo de 1964. “No me lo han contado, lo he vivido”. Y
relató cómo conoció a la que hoy es su mujer, Inmaculada Rodríguez Guzmán, la
joven interna de las Hermanas de la Cruz que actuó en aquella histórica jornada
de madrina de la coronación por delegación de la Compañía. «En un covento
encontré/ aquella samaritana/ que me quitaría la sed». El pasaje dedicado a su
mujer fue uno de los más aplaudidos de la noche. «La Virgen Macarena/ como
Celestina obró/ para que Madre Angelita/ me regalara tu amor».
Anécdotas como la que relató del
pregonero de la coronación, Antonio Rodríguez Buzón, llevaron la carcajada al
teatro. El orador ursaonense tuvo que ver la coronación subido a la fuente de
la plaza de la Virgen de los Reyes, lo que dio pie a que alguien le reprochara:
«Te está bien empleado Antonio. Tantas veces has repetido eres fuente de …,
eres fuente de…, que la Virgen diría: A éste lo mando yo al agua».
Joselito el Gallo, el Pelao, Pepe
García, Ricardo Zubiría, Fernando Marmolejo, Muñoz y Pabón… Por el pregón desfilaron
numerosos nombres de macarenos que ya están ante la Virgen.
No faltaron referencias a la
juventud macarena, que «siempre estará a tiempo de conocer la historia hasta
cierto punto inamovible, pese a las manipulaciones», ni tampoco a las mujeres
macarenas (Juanita Reina, la Reina Victoria Eugencia, Marta la saetera, pero
también las que dan los buenos días, las del coro, las camareras…). A ellas les
dedicó probablemente el pasaje más emotivo del pregón. “Siempre me han gustado
a mí las mujeres macarenas, incluso cuando se visten con la túnica nazarena».
Denunció el fariseismo con el que se critica a veces los «gastos tan elevados»
que realizan los macarenos para honrar a la Virgen y defendió que «la hermandad
de la Macarena siempre da más de lo que recibe. Ahí tenemos el ejemplo de la
asistencia social». Se refirió a la transformación sufrida por la hermandad
desde 1914, cuando el cortejo lo componían 135 nazarenos, pero aún así advirtió
de que «aunque hoy no se ponga el sol en el imperio macareno, mucho cuidado
hermanos que ya se puso en Flandes». Un sublime romance, lleno de musicalidad,
sobre la presencia el próximo 31 de mayo de la «Virgen jardinera» en el Parque
de María Luisa («Todo el Parque se ilumina/ que esta aquí la Macarena»; «Todo
el Parque es asunción/ todo es gloria en las glorietas») dio pie a una
despedida en la que el pregonero se detuvo en contemplar las manos de la
Virgen. «Mi Virgen de la Esperamza/ sólo se parece a Ella/ y sus manos son las
manos/ que a Dios en Belén mecieran». Y concluyó: «Cuando me llegue el día/ en
que ante Dios comparezca/ tomad Señora mis manos/ que se queden en las
vuestras».