La Hermandad de la Fe de Huelva, sigue apostando por el acompañamiento musical de la Agrupación Musical del Santísimo Cristo del Amor, banda de la Hermandad de la Cena.
El contrato tiene 4 años de duración, forjando aún más la estrecha relación entre la Hermandad del Viernes Santo y la corporación más antigua de la capital onubense.
El Cristo de la Fe es el último de los grandes Cristos que realiza Antonio León Ortega, y aquí parece recoger la línea del de la Sangre de los Estudiantes y simplifica la anatomía al máximo, buscando la mayor expresividad con el mínimo material posible.
Su profesor de modelado en Madrid, que fue nada menos que el magnifico escultor José Capuz Mamano, se asombraba de tal manera de cómo modelaba, que no le creía cuando León le respondía que nunca antes lo había hecho. Era un virtuoso de la escultura y de la anatomía porque Dios lo quiso.
Pero en el momento que realiza este Crucificado no está ni para bromas ni para exhibiciones, este hombre que lleva acumulado sufrimientos para varias vidas, está sufriendo una vez más y lo realiza como una plegaria, como una penitencia, como una promesa.
El modelado del torso, de los brazos y piernas es amable, suave y justo para explicar la crucifixión. El cabello también está tallado de forma somera y delicada. El sudario tiene el tamaño mínimo y sus formas son simples y ligeras.
La encarnadura es tan tenue que parece no existir, no hay casi hematomas y la sangre es tan escasa que casi se limita a los clavos y a la lanzada. Está en un momento especialmente místico y simplifica y simplifica buscando tan sólo la expresividad, indagando el Cristo misionero que siempre buscó, intentando conmover al que lo contemple, provocarle la Fe que el tenía cuando lo talló rezando con la gubia.
Lo talla directamente en la madera sin realizar como era su costumbre el boceto en barro. Así de claro tenía lo que quería conseguir.
Aquí, como en el Cristo antes citado, León tocó el cielo con su gubia.
Tenemos al escultor en estado puro, desnudo, sin ataduras ni servidumbres, ya ha realizado su obra, tiene sesenta y ocho años y nos quiere transmitir que este es el estilo León Ortega en profundidad, sin adornos ni florituras, esculpiendo lo imprescindible para lograr un autentico Crucificado de gran belleza y emoción.
En este Crucificado Antonio consigue, una vez más, romper la madera y parece decirnos: "yo me marcho pero aquí os dejo el Cristo de la Fe."
El Cristo de la Fe es el último de los grandes Cristos que realiza Antonio León Ortega, y aquí parece recoger la línea del de la Sangre de los Estudiantes y simplifica la anatomía al máximo, buscando la mayor expresividad con el mínimo material posible.
Su profesor de modelado en Madrid, que fue nada menos que el magnifico escultor José Capuz Mamano, se asombraba de tal manera de cómo modelaba, que no le creía cuando León le respondía que nunca antes lo había hecho. Era un virtuoso de la escultura y de la anatomía porque Dios lo quiso.
Pero en el momento que realiza este Crucificado no está ni para bromas ni para exhibiciones, este hombre que lleva acumulado sufrimientos para varias vidas, está sufriendo una vez más y lo realiza como una plegaria, como una penitencia, como una promesa.
El modelado del torso, de los brazos y piernas es amable, suave y justo para explicar la crucifixión. El cabello también está tallado de forma somera y delicada. El sudario tiene el tamaño mínimo y sus formas son simples y ligeras.
La encarnadura es tan tenue que parece no existir, no hay casi hematomas y la sangre es tan escasa que casi se limita a los clavos y a la lanzada. Está en un momento especialmente místico y simplifica y simplifica buscando tan sólo la expresividad, indagando el Cristo misionero que siempre buscó, intentando conmover al que lo contemple, provocarle la Fe que el tenía cuando lo talló rezando con la gubia.
Lo talla directamente en la madera sin realizar como era su costumbre el boceto en barro. Así de claro tenía lo que quería conseguir.
Aquí, como en el Cristo antes citado, León tocó el cielo con su gubia.
Tenemos al escultor en estado puro, desnudo, sin ataduras ni servidumbres, ya ha realizado su obra, tiene sesenta y ocho años y nos quiere transmitir que este es el estilo León Ortega en profundidad, sin adornos ni florituras, esculpiendo lo imprescindible para lograr un autentico Crucificado de gran belleza y emoción.
En este Crucificado Antonio consigue, una vez más, romper la madera y parece decirnos: "yo me marcho pero aquí os dejo el Cristo de la Fe."