Llevo unos días pensando en qué
escribir esta semana, y ahora que me siento frente al ordenador, no se me
ocurre nada en absoluto. Estoy en blanco, aunque estar en blanco sería estar en
calma, y hay demasiada tempestad en mi cabeza.
Es algo extraño, recuerdo
demasiadas imágenes, como escenas de milésimas de segundos, imágenes que
parecen perfectamente seleccionadas por mi subconsciente. Os explico…
Hace días que ando quejándome sin
parar, con la lágrima fácil siempre por las mejillas, con demasiados reclamos y
demasiadas exigencias a mí misma. “Ojalá y estuviera ya de vacaciones, total,
dicen que lo que estudio no tiene salida. Ojalá y no hubiera empezado esta
carrera, quiero unos años de disfrute. Ojalá y no me costara tanto”.
Este negativismo que impera en mí
estaba pudiendo conmigo, agotando mi paciencia y –ni que decir tiene- la de los
míos.
Esta mañana el vaso ha rebosado,
un examen que no ha cumplido las expectativas que yo me había marcado, ha
terminado por activar el detonante. Parada en un semáforo, rechistando y
agitando la cabeza de lado a lado porque me había pillado en rojo y a pleno
sol, me ha dado por mirar más allá de mi nariz. Una mujer, de unos cincuenta
años de edad, hacía sonar la barra metálica de una señal, sí, con el bastón del
que se sirve para poder orientarse, golpeando una y otra vez el suelo,
arrastrando aquella vara que hace como sustituto de sus ojos.
¿De verdad, María, de verdad
estabas quejándote? Hay veces que no me creo, quizá sea más cómodo decir “no me
creo” en vez de “no me interesa creerme”.
Gracias a Dios he reaccionado,
más tarde o más temprano. Es aquí, cuando han abatido mi cabeza montones de
personas con las que me he cruzado estos días, personas incapacitadas en las
que no me he fijado más de un segundo, personas que ahora me están dando una
lección de vida sin saberlo.
Estas personas que se conforman
con ejercitar la musculatura de sus brazos, ya que no pueden mover sus piernas;
estas personas que no tienen con qué
rellenar una camisa de manga larga; estas personas que se balancean
sentadas con la mirada fijada al suelo; estas personas que tiran de unos
zapatos pesando menos de 40 kilos; estas personas que sonríen porque no les
queda de otra mientras se les cae la baba –acto involuntario sin duda-; estas
personas que llevan más peso en un lado de su cuerpo que en otro, que llevan
toda su vida cojeando pero sin parar su marcha; estas personas que a todos en
alguna situación nos han provocado risas, son las protagonistas de mi artículo
hoy.
Gracias simplemente por existir.
Porque he aprendido que la vida está para vivir, que las limitaciones van mucho
más allá de las capacidades físicas, que una minusvalía pesa menos que un
pensamiento negativo, que no somos perfectos.
Y así es, la vida no siempre nos
va a ofrecer un coche de alta gama, a veces, tenemos que conformarnos con una
silla de ruedas.
La vida no siempre nos va a
regalar unos maravillosos ojos con los que admirar el mundo, a veces, tenemos
que conformarnos con escuchar las olas del mar romper a nuestros pies.
La vida no siempre nos va a dar
una mano en la que poner nuestro anillo de boda, a veces, tenemos que
conformarnos con abrazos a medias.
La vida no siempre va a tener
para nosotros unos zapatos iguales, a veces, tenemos que conformarnos aunque
estén desnivelados.
La vida no siempre nos va a poner
la comida en bandeja, a veces, tenemos que querer comer del plato.
La vida no siempre me ha dado
buenas noticias, la vida me ha hecho saber que muy cerca de mí tengo a alguien
con limitaciones físicas. La vida me ha hecho saber que por más que le cueste
tirar de esa pierna, mi padre siempre caminará conmigo, la vida me ha hecho
saber que por menos sensibilidad y menos fuerza que tenga en sus extremidades,
mi padre siempre me acogerá en sus brazos y combatirá con el más fuerte para
que yo deje de ser débil.
Qué cerca te tenía y qué lejos
tuve que ir a buscar un ejemplo a seguir. Hoy, sé que mi referente eres tú. La
sonrisa que tienes cada día, esos “buenos días, mi vida” que me das. Sí, papá,
eres mi meta, eres mi guía.
María Giraldo Cecilia
Recordatorio La Voz de la Inexperiencia: Amor divino