Cuántas veces no habremos dicho u oído -en su defecto- "uno no sabe lo que tiene hasta que lo pierde" y aún así seguimos empeñados en dar motivos a las personas para que se marchen de nuestra vida.
Anoche sentí como si sacara la basura, como si andara todo el camino hasta el contenedor y justo al abrirlo, dejara la bolsa encajada, pero claro, todo lo que tiraba implicaba a personas importantes en mi vida, que llevadas al extremo empujarían aquella bolsa. Sentí un miedo terrible de perder a quien comparte conmigo los días, a quien como dicen "cose disfraces a mis días malos y los convierte en buenos".
Tras esta noche de pesadillas, insomnio y alguna que otra lágrima, se me ocurre un paralelismo, y es que considero que nuestra actitud con las personas que nos rodean es muy similar a la que tiene cualquier cristiano con su titular.
Tengo que partir de que hay que reconocer que no siempre se ama locamente, que al principio siempre hay reticencias y que cuando quieres acordar tu felicidad ya no depende de ti, sino de los momentos que compartes con personas importantes.
Retomo el paralelismo del que os hablaba y procedo a explicarlo:
Cuando una persona tiene un momento delicado en su vida, siempre tiende a elegir entre dos caminos claramente diferenciados, bien culpar al Señor de todo su mal, o bien, aferrarse a su fe para tratar de encontrar la paz.
Aquello de dejarlo o seguir intentándolo un poco más adquiere mucho sentido aquí. Me gustaría que la sociedad de hoy fuera como los de antes en ese aspecto.
Mi abuela materna, unos de los pilares de mi vida, perdió a un hijo después de dieciocho meses de lucha intensa. La mayoría de jóvenes hoy día, si pensaran que tienen que pasar por una situación similar, culparían a quien -a mi juicio- no deben, por este hecho. Sin embargo, mi abuela cada noche tiene una cita con Él. Para ella, su Rescatado del alma, para mí, el que la mantiene con vida.
Me gusta ver a mi abuela con una cruz y su Rescatado colgado del pecho. Me gusta verla en la terraza, bajo la figura del mismo, pidiendo por todos los que la rodeamos. Me gusta ver siempre los jazmines a los pies del marco de mi tío, así como a la vera de la figurita de escayola del que muchos conocemos como Señor de Córdoba.
Me gusta disfrutar de la fe con mi abuela, que bendiga mi carrera unas siete veces al día y que me diga que pide por los suyos y por los "suyos" de alguien, como Rocío Jurado, que a palabras de ella: "pobrecita, a saber quién le reza".
Un ejemplo de cristiandad, sin saber leer, aprendió para poder disfrutar de las hazañas de la Madre Teresa de Calcuta. Díganme, si alguno de los presentes está a la altura de semejante cristiana. Tomen nota... Ella no puede más que hacer su firma.
María Giraldo Cecilia
Recordatorio La Voz de la Inexperiencia