Tiene sus reglas originales fechadas en 1789. Su imagen está atribuída a Ruiz Gijón, el escultor que gubió al Cristo expirante de Triana. Tiene un libro de firmas entre las que se incluye la de Isabel II. Fue nombrada patrona de un barrio por el Cardenal De la Lastra en el siglo XIX. Tiene capilla propia en la iglesia de Santa Catalina y ha sufrido un expolio del que poco se habla: ni fueron los franceses ni su patrimonio se perdió en la Guerra. Fue objeto de múltiples robos producidos por la dejadez que a su vez es consecuencia de la decadencia. Las puertas de San Román se abrían el día del siete de octubre de par en par para que al fondo, en el altar mayor, se viera en besamanos la imagen de la Virgen del Rosario, una de esas imágenes de gloria que más ha sufrido el devenir de los tiempos.
La Virgen tiene el título de patrona del barrio de Santa Catalina, se lo dió el Cardenal Luis de la Lastra, que fue Arzobispo de Sevilla entre 1863 y 1876. Esto da una idea del esplendor que la hermandad tuvo en su momento. Isabel II estampó su firma en uno de los libros de esta hermandad. La corporación llegó a tener tierras, y se mantenía con el alquiler de éstas. Pero todo eso, como otras tantas imágenes y hermandades en la ciudad acaba y tras el esplendor viene una época de decadencia. Ésta no llega a la extinción, pero no queda demasiado lejos. El archivo de lo que fue la hermandad del Rosario de Santa Catalina desde su fundación está en perfecto estado, y ahí se comprueba, a través de sus inventarios el enorme patrimonio hoy perdido, como varios juegos de coronas y ráfagas.
La imagen dejó de procesionar en el año 1929. Desde entonces había caído casi en el olvido, aunque como hermandad no llegó a extinguirse. Quedaron unos pocos hermanos y un extenso patrimonio que fue desapareciendo sin necesidad de expolio extranjero ni incendios en contiendas civiles. Fueron feligreses los que fueron apropiándose del patrimonio que los siglos y los hermanos habían dado a la corporación. Una dolorosa de hecho tiene entre su ajuar una de las sayas de esta imagen, que va a juego con el manto de salida que sí logra conservar. «Le quitaron todo lo que tenía, excepto lo que tenía puesto», afirma el vestidor de la imagen. En este sentido, desde la hermandad aseguran que tienen en su poder las mangas de la saya que desapareció. Es un expolio diferente al que estamos acostumbrados. En el año 1978 la Virgen salió en procesión no sin antes superar obstáculos debido a que la corporación no tenía actividad. Y en 2002, con apenas unos cuantos hermanos, se fusiona con el Carmen. A partir de aquel año recupera la procesión, estableciéndose el 1 de noviembre. Desde entonces esta corporación, con sus 200 hermanos saca dos procesiones y mantiene vivo un rescoldo de lo que fue una fuerte devoción de la ciudad.
Muchos curiosos entran en el templo y preguntan «¿qué Virgen es?». Es una mañana tranquila, como cualquier otra en el barrio. Pero para unos pocos hermanos no es un día cualquiera. El día en el que la Iglesia Universal celebra la onomástica de la Virgen del Rosario estos hermanos ponen a su Virgen en besamanos. Aunque este culto comenzó el fin de semana hoy es el día importante. Ahora celebran, además del besamanos, un triduo y una función solemne, y el 1 de noviembre, como culminación de éstos una procesión de la feligresía, de momento, desde el exilio en el templo de San Román. La Virgen comparte titularidad con la del Carmen. La fusión fue la solución para que pudieran mantenerse como hermandad y no cayera aún más en el olvido. Y se consiguió. Gracias a ellos y al esfuerzo de estos hermanos esta Virgen sigue teniendo cultos. Y recordando el pasado glorioso de la corporación que a punto estuvo de quedar en nada.