Acabó el bautizo y el cura cogió a la niña, entró en la capilla del Dulce Nombre, la que ya no es del Gran Poder según el Registro de la Propiedad, y la presentó a la Virgen de la saya rosa que cierra los Martes Santos cuando se mustian los primeros lirios de la Buena Muerte y se oye el eco de los últimos quejíos en el Cerro. A sus pies quedan los ramos de novia, ante su cara morena son presentados los niños y en la bulla de su paso de palio se conocen los novios, ¿verdad, Luismi? El cura podía haber hecho caso omiso, no darse por aludido de que la Virgen estaba expuesta al culto más íntimo, dejar el acto ceñido a la celebración de un sacramento en el templo parroquial donde manda el párroco y se recluyen en sus capillas las hermandades. Pero como este cura no es un cura cualquiera, pues allá que se fue el Cura Paco para ponerle el broche sevillano al bautizo. Cada día nos gusta más este sacerdote que gobierna San Lorenzo con tacto de prioste. Fue el cura que dijo que no al pregón el pasado año, que los pestiños están para jamarlos, no para hacerlos. ¡Viva el Cura Paco mandando a paseo el atril de las vanidades!
Ya lo dijo el cardenal en la intimidad de una reunión: “Quiero que Sevilla me recuerde como arzobispo, no como pregonero”. Pues el Cura Paco quiere que le vean como párroco, en el ejercicio diario de su ministerio a la vera del Señor, y no ejerciendo el vocerío desde un atril. Y qué mejor pregón que el esmero en esos pequeños grandes detalles que dan alma a una celebración. Hay que fundar la asociación de amigos del Cura Paco, que huele a oveja y no a despacho de curia, que responde al teléfono y no contesta por fríos correos electrónicos a través de intermediarios, que mira de frente y siempre quiere agradar, no demostrar que está un peldaño por arriba. En este tipo de curas está puesta la esperanza de la diócesis hispalense por tener cada día más presbíteros alegres, como los quiere el papa Francisco, y menos burócratas palaciegos que disfrutan poniendo reparos como interventores de la administración pública. Hay que reconocer el acierto de don Juan José poniendo a Marcelino Manzano al frente de las hermandades, más aún al tratarse de un cura no sólo simpático, que lo es, sino con experiencia en los medios de comunicación, pues la notoriedad de la Iglesia de Sevilla, guste o no, está muy condicionada (saturada) por la actualidad de las cofradías. Y don Marcelino domina las dos áreas, sin miedo al qué dirán. Se fía tanto de las hermandades de San Vicente que les ha dado la llave.
Yo hoy me quedo con el Cura Paco dando el mejor pregón de su vida, con el alba puesta y los brazos alzando a Rocío, símbolo de la vida y de la esperanza en un futuro mejor. Un bautizo al sevillano modo. Imaginamos al Cura Paco hace un año diciéndole al Consejo: “Yo no soy hombre de esas cosas”. Ahora lo entendemos. Su pregón se escribe cada día a la sombra de los plataneros de la plaza, con la música del griterío infantil de las tardes y con la privilegiada compañía de un buen trozo de la mejor Semana Santa.
Recordatorio La sinécdoque friki por Antonio Burgos