Blas Jesús Muñoz. Sacerdote, profeta y rey. Estas tres atribuciones se aplican a Jesús, a Cristo, donde se aúna lo humano y lo divino. Acabamos de celebrar la festividad de Cristo Rey del Universo y, por un momento, entre actos solidarios y de culto pareciera que las cofradías y todo su derredor tuviesen salvación, un sentido más profundo del que casi siempre le damos.
No me gusta que un paso salga a la calle sin lo que debe llevar arriba, como dice un buen amigo. Aunque si lleva comida para quienes la necesitan y, quién sabe, si seremos nosotros mismos los que la necesitaremos. Es un gesto loable, admirable... Sin embargo, no es menos cierto que obligado, necesario, inherente a la condición de quienes se llaman cristianos. Dice otro buen amigo que ser católico no es fácil. Seguir ese mensaje, a veces tan duro cuando la entrega ha de ser máxima, y no desfallecer... Entender la caridad como un fin y no como un medio. Un fin en el que todos coincidimos, cuando los medios han fracasado. Porque los medios han de ser los que posibiliten la autonomía, el aprendizaje, el instrumento para poder vencer a la adversidad. Y, en ocasiones, pareciera que nos desenvolvemos con perfección dando limosna y no en un ejercicio real de compromiso.
Lean el Antiguo Testamento y observen cómo acabaron los profetas de Israel. Observen qué fue de aquellos que denunciaron, que salieron del pueblo, que alzaron su voz entre el pueblo, que incomodaron a los poderosos. No se confundan, un articulista, un opinador, apenas tiene poder para eso. Y, aun menos, la pretensión de serlo. Lo que sucede es que la posmodernidad cercenó el sentido de las cosas. Amputó la verdad como se extirpa un miembro extraño al cuerpo. Todo cayó en la base de lo políticamente correcto y, de esa manera, opinar se convirtió -en todos los ámbitos de la vida- en una suerte de almíbar.
Alguien llega un día y amarga el dulce. Dice que todo está caducado, que las cofradías están en el umbral de su propia decadencia, que los medios parecen someterse al dictado de quienes mandan y quienes mandan parecen no saber ni dónde tienen la punta de la nariz. Y esa nariz está tapada con una pinza para no oler el lodo en que andamos metidos hasta la cintura. La cintura que nos falta para asumir la crítica que no viene porque sí, sino porque es. Ser como realidad metafísica, pero de metafísica no sabemos nada porque es más cómodo ser ignorante. Y la ignorancia es tan osada que nos vemos mandados, informados, rodeados, relacionados con ignorantes a los que el término se les queda hasta corto.
Sacerdote, profeta y rey... Ven y líbranos de nuestro propio mal.
Recordatorio Enfoque: ¡Moción de censura, ya!