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martes, 5 de enero de 2016

El Cirineo: Epifanía


Hay una noche en el año maravillosa como ninguna... una vigilia especial que huele a ilusión e infancia, a nostalgia y fantasía... un crepúsculo en el que miles de niños se acuestan en sus camitas acurrucados entre sábanas de inquietud y nerviosismo... y en el que miles de adultos, padres, tíos, abuelos... intentan conciliar el sueño imaginando sus caritas a la mañana siguiente, mientras dos lágrimas resplandecen en sus mejillas anhelando que vuelen las horas y las primeras luces del alba asomen por la ventana de sus habitaciones para acariciar sus despertares...

Una madrugada preciosa de plata y frío, que sabe a esa calma densa que se palpa con la punta de los dedos; esa que nos invade cuando nuestros corazones detectan que algo indescriptible está a punto de suceder; esa que delata que el mundo silencioso que nos rodea, está a punto de estallar en risas, correteos y gritos de júbilo... "¡Papá, han venido los Reyes...! ¡Mamá, corre ven...!" ¿Quién no desearía inmortalizar esos instantes mágicos y conservarlos en el joyero del alma para siempre... esos ojitos de ilusión... esa alegría incontenible... y esa sonrisa tierna y un poco boba de quien pateó medio planeta buscando el buzón exacto en el que depositar la carta de sus deseos...? ¿Quién no querría recuperar por un momento la sagrada inocencia de sus miradas, la dicha infinita de los años que se escaparon de entre los dedos para no regresar?...

Queridos Reyes Magos: este año sólo pido una cosa... que la felicidad y la paz que les invade jamás se aleje de sus orillas... que sus sonrisas siempre alumbren mi caminar... y que el niño Jesús y su Bendita Madre los protejan para siempre...



Su Biblia la astronomía;
en una estrella leyeron
que el niño-Dios nacería,
porque así lo quiso el Cielo,
en un pueblo de Judea;
Belén era señalada
por los antiguos profetas;
para darle honra sagrada,
hallaron sendas tras un cometa.

Tanta es su sabiduría
que hasta salvarle supieron
de la maldad, de la envidia,
de la ruindad y los celos.
Con oro, mirra e incienso
a sus plantas se postraron,
cachitos de sentimiento;
y sin saberlo sembraron
la tradición que emana del pueblo.

Cuentan que en tierras de Oriente
un mensaje cultivaron;
recogieron la simiente
del pesebre venerado.
Y después de dos milenios
van repartiendo emociones
en cabalgatas de sueños,
llenando los corazones
de fe, alegría y amor risueño.

Por el pueblo bautizados,
convertidos en leyenda,
para siempre entronizados,
su presencia será eterna.
Nada hay más maravilloso
que la sonrisa de un niño,
con la ilusión en los ojos
y un padre que con cariño,
sepa bordar recuerdos hermosos.

Y siguiendo aquella estrella
fueron grabando sus huellas
en mágica romería…
y desde entonces al mundo regresan
la noche de Epifanía.


Guillermo Rodríguez








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