Cuando comiencen a leer estas líneas más de uno estará llorando las penas de su equipo de fútbol, mientras los políticos justificarán sus resultados -que estarán muy calentitos- para hacerlos parecer por válidos. También, para el que no caiga en la cuenta, habremos concluido el Domingo de Pasión y los ecos de la Semana Santa, más que susurro serán la voz de la inmediatez.
Restará una semana justa para el Lunes Santo. Un lunes muy especial para la Hermandad de la Vera Cruz que cumple 25 años acudiendo a la Catedral. Un acontecimiento que, sin estridencias, están sabiendo conmemorar como merece y que, de camino, nos ha dejado unos de esos gestos que, en contadas ocasiones, se ven y tienen la legitimidad del reconocimiento necesario.
La Archicofradía así lo ha hecho con el capataz que los guío hacia el primer templo de la diócesis y ha querido que, para la ocasión, los acompañe hasta la Catedral y mande unas chicotás. No supone un titular ambicioso el de la corporación, mas lleva implícito una carga emocional e ideológica que va más allá de la cotidianidad desagradecida que suele tener por costumbre la sociedad.
Me consta que a Javier le ha colmado de ilusión este detalle de la cofradía y, nada más que eso, ya merece reconocimiento. Supongo que para él, por los motivos que el lector conoce, no será una Semana Santa fácil la de 2015. Sin embargo, los capataces lo son siempre y, el reconocimiento que se le brindará el Lunes Santo, puede que compense -al menos en parte-, los sinsabores que deja de vez en cuando el oficio de capataz.
Desde San José hasta la Catedral, en la distancia expectante de la semana que nos queda por delante, estaré apostado en algún punto para ver a Javier delante de un paso. Es una de mis estampas favoritas de la Semana Santa desde que la recuerdo. Y quién sabe, querido Javier, si ese Señor que nos une ha querido que lleve a Marcos -más allá de la Calle del Poyo y tantos otros lugares emocionales- a ver al capataz, a Javier Romero.
Blas Jesús Muñoz