Blas Jesús Muñoz. Los años se cuentan por lustros, por décadas, por siglos y miles de lunas alumbrando la noche en día. Los años se cuentan en las puntadas de hilo de tu manto infinito, en la palidez consoladora de tu rostrillo que, con su frío de miles de primaveras nacientes, consuela la quemazón de cientos de cicatrices.
Los años habitan en ti como una huella imborrable en cada paso del camino, que advierte del peligro, de la verdadera salvación. Los años juegan en tus manos anudadas a una ciudad que te clama, que se embelesa de ti, que se vierte sobre si contigo. Los años pasan de tu lado, a tu orilla de manantiales azules que brotan desde el mismo cielo.
Los años se desgranan cada Viernes de Dolores, en cada rostro que conforma -personal y privadamente- la hilera finita de devotos que se tornan invencibles, por un instante, en el amor que entregan y reciben como un testamento perpetuo que los habitantes de la ciudad legan a cada generación venidera, visible solo en los ángulos convexos del tiempo que se conjuga en ti como un modo perfecto del verbo del que fuiste Arca y Edén, Madre y Colaboradora.
Los años son más que cincuenta y menos que ellos porque siempre es demasiado y repetidamente la distancia es estrecha. Los años te coronarán en tu aniversario que, antes, en la noche de Viernes Santo llegará a ti y de tu corazón, Señora de los Dolores, alcanzará de nuevo a la ciudad que es tuya.
Recordatorio Entre la Ciudad y el incienso: Juventud