Aún me queda
el regusto en el paladar de haber vivido una gran Semana Santa. Y mira que no
parece cosa fácil cuando uno sigue las cada vez más frecuentes polémicas
surgidas en el ámbito cofrade (normalmente relacionadas con el mundo del
martillo y del costal, cómo no) de las que se hacen eco tanto este medio como
otros y que a mí, particularmente, ya han dejado de enojarme para causarme
total aburrimiento. Supongo que estas buenas sensaciones que nos quedan vienen,
sobre todo, corroboradas por el aumento casi general del número de nazarenos en
casi todas nuestras Cofradías: esperemos que este hecho no sea flor de un día y
que las Hermandades tomen conciencia de que, si de verdad quieren ser grandes,
deben continuar mentalizando al personal de que el nazareno es la persona clave
de nuestra Semana Mayor y no el último escalafón jerárquico de la Hermandad. El
tristemente fallecido Manolo Preciado utilizó una expresión para definir a su
equipo (tratando de levantarle la moral en su día) que a mí me van a permitir
tome prestada para calificar a la figura del nazareno: Los nazarenos en las
Cofradías no son “la última mierda que cagó Pilatos”.
No ha sido
esta una Semana Santa que se recordará por los estrenos de gran calado, aunque
estos hayan ayudado, en la mayor parte de los casos, a continuar un proceso de
dignificación de los diferentes guiones procesionales… aunque haya Hermandades
señeras –sobre todo del Jueves Santo- que parecen tan confiadas en la belleza
de sus Sagrados Titulares (que la tienen, qué duda cabe) que parecen haber
olvidado que la Cofradía en la calle abarca desde la cruz de guía al último
miembro de la banda de turno. Esto es: cuentan túnicas de nazarenos, insignias,
orden en el cortejo, la conducta de los nazarenos en las calles, los pasos, el
floral, etc… Y aquí, curiosamente en las Hermandades que se cuentan como las
más antiguas, se aprecian, salvo contadas excepciones, una despreocupación
total y absoluta por mejorar lo que se tiene. Y créanme que tienen margen de
mejora (como todas, por otra parte), aunque hay que ser capaces de verlo
evitando caer en los brazos de la autocomplacencia. Que haya Hermandades que
apenas cuenten con 25 o 50 años de antigüedad y que en materia de patrimonio le
den mil vueltas a las centenarias es para hacérselo ver.
Por primera
vez en mucho tiempo me siento satisfecho con los instantes vividos. También con
la certeza y alegría de saber que hay potencial para ser mucho más de lo que
somos: no me engaño ni quiero engañar a nadie. Lo he visto con mis propios ojos
hace apenas quince días. Quizá nos falte creérnoslo un poco, estar abiertos a
críticas que nos valgan para animarnos a realizar posibles mejoras, así como
perseverar en la educación y formación de la juventud que se acerca a las
Hermandades.
Marcos Fernán Caballero
Recordatorio Candelabro de cola