Suspira el querubín por aquellos que eran, como hermanos y ahora no se dan la mano. Se abrazaban y besaban con el amor fraterno de a quienes los unía las letras desde una plaza con triunfo hasta otra con una espina enclavada. Y ahora el beso se envenena y el abrazo se da con daga.
Suspiros de alado por quienes también se quisieron como padre e hijo y ahora se quieren desheredar. El hijo ha empezado a dar más guerra de la cuenta y el padre comienza a cansarse de sostener las andanzas guerreras del hijo que no mira ya ni al Santísimo cuando pasa por su vera.
Suspira el Ángel por otra guerra que se juega martillo en mano. Uno lo desestimó al acabar la procesión. Otro, de la misma hermandad que el que desistió pero distinta a la que sale el paso, ya ha firmado la paz, la esperanza o la guerra que puede que no llegue ni a 2016.
Joaquín de Sierra i Fabra
Recordatorio El Suspiro del Ángel: Capataces que fracasan