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domingo, 3 de mayo de 2015

Cruz Parroquial: La crítica. En qué lugar nos situamos


En el movimiento cofrade, como en cualquier movimiento donde concurran dos o más personas, aparece en escena la crítica. Hoy en día, cuando leo opiniones a través de las redes sociales, blogs, prensa…, me cuesta distinguir una de las acepciones preciosas y brillantes que contiene la palabra “crítica”; aquella que dice “juzgar de las cosas, fundándose en los principios de la ciencia o en las reglas del arte”. Y sí aparece de forma abundante la acepción “censurar, notar, vituperar las acciones de alguien”.

Esta segunda acepción, en la que he decidido atracar hoy mi barcaza, se ha extendido como un virus mortal en nuestro ambiente, denotando la ausencia de humildad y caridad por parte de aquellos que enarbolan la bandera de la verdad y vociferan a los cuatro vientos falacias desde el baluarte donde se sienten fuertes, que hunde sus cimientos en la ausencia de verdad y espíritu sincero y honesto de construir juntos buscando lo bueno, lo bello, en definitiva, lo que nos dignifica como personas e hijos de Dios. Viven cegados por la ausencia de examen personal, encadenados a la soberbia y la rabia interior, proyectando sobre los otros los oscuros pensamientos, sus propias debilidades e insuficiencias para asumir retos y responsabilidades; además, cayendo en la terrible tentación de perder la objetividad, descargando toda su voracidad sobre las mismas personas, por buenas y justas que sean en el ser y proceder, y siendo inmensamente magnánimos con los compadres y “amiguitos” disculpando u ocultando deliberadamente sus errores y engrandeciendo la mediocridad.

Muchas de las críticas que hoy se hacen se sustentan en la deliberada determinación de causar daño. Críticas procedentes de la rumorología, del desencanto, de la debilidad, impotencia de afrontar la verdad. Críticas que nacen de la voluntad de engañar o de rehusar la verdad, es decir, la mentira. Existen especies de mentira que podemos catalogar según la intención del mentiroso o según el grado de culpabilidad. Atendiendo a lo primero, la tradición agustiniana y la tomista afirman que la mentira puede ser “jocosa”: cuando se busca la diversión; “oficiosa”: cuando se dice por miras profesionales, para hacer un servicio al prójimo o precaverle de un mal; y “nociva”: cuando se pretende hacer mal al prójimo.  Como afirmaba Aristóteles, la mentira es mala por naturaleza; es intrínsecamente  ilícita. La mentira se opone directa y formalmente a la verdad, rompe la armonía interna y externa del hombre, atenta sobre los pilares en los que se ha de sustentar la armonía de cualquier comunidad. 

La mentira es un pecado, puede ser mortal o venial. En el primer caso, “puede ser por el objeto, cuando tiende a inducir a error al prójimo sobre Dios, la religión o la moral; por la intención, si el mentiroso pretende dañar gravemente al prójimo en su persona, en sus bienes o en su reputación”. Hablamos de venial en lo referente a la mentira “jocosa” y “oficiosa” a no ser que provoque escándalo. Por lo tanto, cuando incurrimos en esta cuestión, cuando nuestra “crítica” nace de la mentira o tiene la consideración de dañar el derecho a la buena fama del prójimo, estamos obligados a pedir perdón a Dios y al prójimo en el sacramento de la penitencia, y dedicar los medios a nuestro alcance para restituir la dignidad de la persona ofendida y agredida. 

Antes de elevar el ancla y seguir navegando me gustaría izar la vela de la “crítica” que pretende construir, corregir y enmendar el error desde el diálogo limpio, franco, sereno, que busca hallar la verdad y nos edifica en la comunión; que nos hace ser uno, como el Padre y el Hijo son uno. Sólo así, los perfiles en las redes, los blogs, artículos de opinión, generarán una dinámica de autenticidad que nos permitirá a los cofrades, en este caso, y a todos en general, ser testigos del Dios vivo que es AMOR. Se me hace incompresible, farisaico, hipócrita, mirar al Cristo sufriente, llagado, herido por nuestros pecados, contemplar la abertura de su costado que desprende ríos de caridad; extasiarnos y elevarnos ante la mirada de la Madre Dolorosa, fuerte como la torre de David, bálsamo de los sufridos, auxilio y consuelo de los más débiles y continuar presos y abducidos por el demonio que es el padre de la división y la mentira, y seguir llamándonos cristianos.

Jose Juan Jimenez Güeto



 1. Cfr. Diccionario de Teología Moral. Ed. Paulinas. Madrid 1986. Pag. 655
 2. Cfr. Diccionario de Teología Moral. Ed. Paulinas. Madrid 1986. Pag. 657













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