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jueves, 7 de mayo de 2015

Enfoque: El papel de la mujer en las cofradías


Blas Jesús Muñoz. Tuvo que ser un decreto del arzobispo de Sevilla, Mons. Juan José Asenjo Pelegrina, quien "abriera" definitivamente el camino a la mujer en las cofradías hispalenses. Las comillas están porque ni el decreto del pastor de una diócesis puede desarraigar las costumbres de una sociedad que se anquilosa en el tiempo para atrincherarse en él y ver el avance como una amenaza y el progreso como un elemento subversivo.


En Córdoba, por más que a algún nacionalista le dé por presumir de "progresidad", no es que la mujer posea un papel predominante. Hay mujeres en ciertos cargos de relevancia, es cierto. Sin embargo, cuenten el número de pregoneras de la Semana Santa o reflexionen por un instante, si se imaginan, a día de hoy, a una mujer al frente de la Agrupación, por ejemplo.

Nunca olvidaré las palabras que mi admirado Faraón de Camas, Curro Romero, dirigió a Cristina Sánchez cuando actuó como padrino de su alternativa, con José Mari Manzanares como testigo: "El torero es acariciar y como las mujeres saben acariciar mejor que los hombres, te auguro un gran futuro".

Probablemente, y aunque a partir de esta línea voy a seguir ganando adeptos (es irónico, claro), si hubiera habido más mujeres en los últimos años participando en nuestros designios, mejor nos hubiera ido. Sé y reconozco que hay mujeres que han adulterado el nombre de mujer, como también que, si en el pasado hubo lugares donde la Semana Santa avanzó sin mujeres, probablemente, hubiera llegado más lejos aún con ellas.

No es que toda mujer, como todo hombre, por el mero hecho de serlo vaya a tener unas determinadas aptitudes, pero tampoco por ello deja de poseerlas automáticamente. En la variedad se halla el enriquecimiento. En la verdad, la esencia.

Ahora, se estarán preguntando cuando llega el asunto de las costaleras. No opinaré, pues no soy un detective privado de los que Paul Auster define con tanta excelencia. Solo diré que la hipocresía sería grande porque, si opinara, al no ser capataz mis palabras no me comprometen. Utilizaré las de un buen amigo que hace poco me decía que él no ve el problema en dirigir a una cuadrilla ya formada de costaleras.

Pero el problema no radica en los capataces que tienen el derecho a decidir cómo actuar. El problema es otro y todos escurren el bulto porque es incómodo. Desde aquí les invito a mojarse, a dar la cara y demostrar que no hay tantos cobardes en las cofradías como parece.









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