Blas Jesús Muñoz. Uno es consciente de lo que escribe, de cuanto expresa y hasta de sus cambios continuos de parecer y lo reconoce sin empacho, pues la personalidad no es más que un dibujo cambiante sobre un lienzo en continuo movimiento. Un nudo de la trama que no convence y que conduce a un desenlace más feliz. En definitiva, por más que la Magna -su necesidad- nunca la vi clara, no es menos cierto que el acontecimiento es sin duda histórico.
Mejor o peor organizado, con ausencias e ilustres presencias, con mayor o menor ritmo de ventas, etc., todo esta semana ha girado en torno a la Virgen y, a la vista del contexto actual, el desenlace de este capítulo ya merece un reconocimiento feliz, por encima de los hechos circunstanciales.
Sin embargo, el tiempo -por más que se repita el aforismo- no implica el olvido. No se pueden -ni se deben- guardar los comentarios en el arcón cerrado que solo se desempolva para dar lustre a la hemeroteca. Y no se puede dejar de recordar aquellas frases lapidarias (las mismas que se transforman sospechosamente cuando la agrupación musical es del agrado de quien lanza el exabrupto), que encontraban en los diversos futuribles musicales de la Magna una excusa propiciatoria.
Exabruptos que se omiten de forma estudiada con los asuntos de calado, con las opiniones guardadas (las mismas que se reparten graciosamente en privado) y que dejan su crítica en la atmósfera cerrada de una conversación privada porque, amigo mío, decirla en público es de valientes y lo melifluo, si no recupera afinidades, en el momento adecuado puede acarrear la exclusiva, la primicia, o peor aun, la noticia que no se es capaz de conseguir por uno mismo.
La Magna Mariana, "el" y no "la" Regina Mater ha sacado los fantasmas de quienes, en privado o en redes sociales que resulta más aliviado, se sitúan como gallardos adalides de la libertad de expresión que no consiguen llevar al papel, ni lo conseguirán porque en su tibieza tiran de artificio y jamás se mojarán ni aunque los tires, atados de pies y manos, a alta mar.