Blas Jesús Muñoz. Será porque la sombra que proyecta la Subbética se alarga hacia a la Campiña, de soles y vides, de almazara y sueños azules a mitad de la tarde. O será por que el destino no es tal cosa, sino Providencia y aquel viaje a su Santuario, del que apenas recuerdo retazos, se han cruzado con sus tangentes invisibles.
Hace tanto de aquéllo que esta mañana al verla todo era nuevo. Hace tanto que nunca pude imaginar que la primera mano maternal de la Virgen que tocaría mi hijo sería la de María Santísima de la Sierra y me devolvería así al tiempo donde todo comenzó. Sin embargo, Ella conoce los caminos, los senderos que conducen a su regazo, el secreto profundo que cambia la luz de la tarde porque nunca olviden que, Ella, es la Madre de Dios.
Y así nos perdimos en su devoto Besamanos, entre los rostros que la buscan y se alegran, como Ella, de que haya venido a vernos. Porque María Santísima, hasta cuando vas a su búsqueda, viene a ti, tú nunca vas. Por eso vivimos en su tierra y hacemos de la piedad popular una forma de fe sencilla, sincera y, por ende, una forma de ver la vida.
La víspera de su salida la descubrió en un Besamanos extraordinario en el que Córdoba se rindió en honores ante la Virgen de la Sierra. Los devotos acudieron como pocas veces se ve y, más allá de todo lo demás, la Virgen es la protagonista y nos enseña una lección tan sencilla como la de Marcos, apenas un bebé, acariciando su mano.