Blas Jesús Muñoz. Hubo quien afirmó que Pedro
Antonio llegó incluso a ser afrancesado cuando las circunstancias así lo
aconsejaban. No hubiera venido mal que hubiese aprovechado para Córdoba
las bondades que trajo a Europa la revolución de la Bastilla, en este
caso, aplicadas a Córdoba, amén del decreto por el que decidió regular
la Semana Santa hasta un punto que, al menos para él, resultaba
recomendable.
Si Trevilla viviese a día hoy y leyese
los medios, aparte de un shock profundo ante el avance tecnológico de
inmensa proporción, probablemente, se llevaría las manos a la cabeza al
comprobar en qué se han convertido las cofradías. Si aquella Córdoba de
principios del XIX necesitaba a su juicio un mayor recato, la de las
extraordinarias a granel, ¿qué necesitaría?
Realizando
una proyección simétrica la prohibición total sería la única medida
posible. De hecho, a buen seguro, no hubiera habido Vía Crucis Magno ni
Magna Mariana ni nada que se le parezca. Como tampoco en un año se
producirían cuatro o cinco salidas extraordinarias porque lo
extraordinario sería que hubiese Semana Santa.
En
el fondo, uno que es romántico como aquel momento histórico, echaría en
falta a alguien con esa mentalidad que propicie una regulación más
comedida o estricta -como gusten- de la ingente cantidad (la calidad
solo se consigue en ocasiones) de salidas que se están produciendo.
Monseñor
Asenjo comenzó en enero a regular lo que, para muchos, es irregulable.
Puso una serie de criterios que ya suponen más de lo que se venía
haciendo. Y, sin embargo, hace unos días leíamos como una hermandad de
su archidiócesis plantea cuatro salidas extraordinarias en un año. El
arzobispado decidirá, pero ante semejante abuso, uno no puede dejar de
echar de menos a Trevilla.