Este texto pretende ser la primera
parte de un conjunto de dos artículos, la cara de una moneda. Hoy toca eso, la
cara, la parte amable y positiva de las formaciones musicales de cara a la
Semana Santa e incluso a la sociedad. La semana que viene –Dios mediante-
vendrá la cruz, la parte que igual no agrada tanto a todo el mundo. Será una
continuación de un artículo que escribí hace un año, titulado “Verdades
incómodas de la música cofrade”.
Sin embargo, al César lo que es del
César. Es tan innegable como elogiable la labor social de todas las formaciones
musicales habidas y por haber. Cuando un chaval se acerca a un local de ensayos
para coger cualquier instrumento, no está simplemente engrosando el número de
músicos de la banda en cuestión. Además, y más importante, se aleja de otros
ambientes y tentaciones que, tristemente, alienan a un porcentaje excesivamente
alto de la juventud de hoy en día. El hecho de que gran cantidad de chavales –y
no chavales- tengan que acudir casi diariamente a ensayar durante una o dos
horas, y luego le dediquen tiempo en casa a estudiar solfeo o simplemente a
practicar con la corneta es digno de elogio. Esta es una característica que
comparten el 100% de las bandas, desde la más puntera hasta la que peor suene
musicalmente. El artículo de hoy no trata de corcheas, negras o redondas, es un
paso más allá. Igual que quien se acerca a una Hermandad queda embrujado por el
aroma de la misma, y dedica mucho tiempo a ella, intuyo que con las formaciones
musicales pasa algo similar, aunque pienso que de forma no tan intensa.
Con respecto a lo más relacionado
con la formación –educación- musical, hay más heterogeneidad en cuanto a la
gestión de las bandas. En unas se aprende solfeo con maestría, y en otras
apenas se acierta a dar dos notas seguidas sin desafinar, todo depende de la
forma de actuar de la dirección musical. En cuanto a las primeras, es una labor
social más que elogiar. Aprender a tocar un instrumento ha de ser tan bonito
como enriquecedor, y lo dice alguien que tiene un oído en frente del otro y que
jamás salió de la flauta dulce en la escuela. Pero no sólo eso, sino que
también puede abrir puertas hasta laborales en el mundo de la música, y no
hablo de aquellas bandas que se piensan que son empresas a costa de sangrar a
las Hermandades –ups, esto igual pegaba más la semana que viene-. Me refiero a
todos aquellos chicos y chicas que empiezan estudiando en conservatorio y
terminan de directores de banda de música, de compositores o de asesores
musicales.
Hay muchas bandas que tienen sección
juvenil, las más conocidas las de la capital sevillana, pero yo les
recomendaría que escucharan a la Banda Infantil Flor entre Espinas de la
localidad granadina de Loja, niños de no más de 12 años que demuestran una
solvencia sobre un escenario o en un desfile que algunas senior ya quisieran.
Sin duda es fiel testimonio de que en aquella banda las cosas en cuanto a
formación musical se hacen muy bien. Y es una actividad perfectamente válida
para niños que se encuentran en Educación Primaria, pese a los intentos de la
Administración Educativa de defenestrar la asignatura de Música. Otras, como la
Banda de Cornetas del Cristo del Mar de Vélez-Málaga llevan ya algunos años
poniendo en marcha su aula musical, con la que se aseguran la continuidad de la
banda en años venideros. Pero también están realizando la labor social que les
comentaba al comienzo.
En lo que a cultura concierne, está
fuera de toda duda que en la actualidad no se puede concebir una Semana Santa
en su conjunto sin música. Las bandas de Semana Santa engrandecen sin lugar a
dudas los desfiles procesionales, atraen a más cantidad de público y, cuando se
entiende adecuadamente la interpretación de las marchas, enaltecen al titular
al que acompañan. Somos muchos los enamorados de las marchas de Cornetas y
Tambores, Agrupación Musical o Bandas de Música, y los que imaginamos y soñamos
con chicotás al son de una marcha procesional. Todo esto, como decía
anteriormente, cuando se concibe la presencia de las bandas de forma adecuada,
como si fuera el incienso que se escucha durante la Pasión de Jesús; cuando una
banda se idolatra como si fuera el Becerro de Oro, pierde todo su sentido.
Desde esta humilde columna de
opinión expreso mi admiración y respeto a todas y cada una de las formaciones
musicales, que suenen mejor o peor, contribuyen a que exista una juventud más
sana y alejada de otros ambientes más nocivos, así como al lucimiento de las
procesiones. Cualquiera puede opinar de bandas –faltaría más-, unas pueden
hacer determinadas cosas bien o mal, sonar mejor o peor. Pero es innegable la
labor social y cultural de las mismas: desde la más grande hasta la más
pequeña. Vaya por delante eso, antes de la semana que viene…
José Barea.