Suspira el querubín por el callejón adoquinado de los sueños rotos y de los que empiezan a fraguarse, bajo un farol al lado de una cuesta donde está el hombre que iluminó el camino apurando un cigarro, entre las paredes blancas que reflejan anhelos hechos de pan de oro.
Suspiros alados que ven como uno se ha ido, o lo han invitado a marcharse de la cárcel ochavada donde lo estaban encerrando, para que otro lo ocupe todo y necesite auxiliares y auxiliares y auxiliares y auxiliares... porque los trajes negros abundan en la cofradía.
Suspira el Ángel por uno que, de momento, no irá de auxiliar porque ya lleva muchos auxiliares, pero que, cuando se jubile de su cargo en lugar de auxiliar espera ser responsable de un paso que va a caballo de perder buena parte de lo que llegó una vez a ser.
Joaquín de Sierra i Fabra
Recordatorio El Suspiro del Ángel: El capataz asustado