Anoche precisamente en una reunión de amigos terminamos hablando de los hijos, de cómo ha cambiado la juventud respecto a nuestros tiempos. Al ver la foto que ilustra mi artículo pensé en lo inmensamente afortunada que fui de tener unos padres como los míos quienes, junto al resto de familia y amigos, supieron darme la educación que necesitaba y esos valores que hoy en día tanto echo en falta.
Al contemplar esa foto he recordado los momentos vividos en hermandad junto a mis progenitores. Momentos grabados a fuego en mi memoria y que hacen que ese amor sea más fuerte que la desilusión sobrevenida por la actitud de otros.
Al mirar la foto recuerdo momentos dentro del templo, de montaje de pasos y de noches a compás de sevillanas y rumbas junto a una candela o a los pies de una cruz cuajada de flores por primavera.
Contemplo la obra y no sólo veo pasado, sino futuro. Un futuro que espero que no venga con grandes aspiraciones, sino que sólo venga cargado de amor y de sentido de servicio al bien común. No sea egoísta ni pretenciosa, sino que busque siempre el segundo plano y que deje el protagonismo, que un día se evapora, dejando vacío el corazón de aquél que lo busca y lo encuentra.
Una fotografía para analizar, donde podemos ver el pasado, el presente y el futuro. Una fotografía donde se ve el mejor legado que se puede dejar. Compromiso, amor, amistad, alegría, verdad, esperanza..., en definitiva, una vida de hermandad, o lo que debería ser y no es.
Raquel Medina