Un placer,
señoras y señores, volver con todos ustedes a la luz del Candelabro de Cola de
Gente de Paz tras dos meses de descanso.
Les cuento: el
pasado lunes el diario ABC se hacía eco de la presencia en el programa Espejo
Público de Antena 3 de las manifestaciones de un asesor de la policía que, tras
permanecer infiltrado durante dos años y medio en el entorno familiar del
“Cuco”- condenado por encubrimiento del homicidio de Marta del Castillo-,
afirmó que el asesino confeso de la joven sevillana, Miguel Carcaño, trasladó
en varias bolsas el cuerpo de esta tras haberlo descuartizado. Respecto a los
sentimientos de la familia del encubridor cuando observaban las labores de
rastreo en pos del cadáver de Marta, el infiltrado por el cuerpo de seguridad
estatal declaró lo siguiente: “sentían
«risa» y ha asegurado que nunca sintieron pena ni empatía”. Del mismo modo
señala que “la familia del entonces menor le propuso «mover hilos» para que al
abuelo y la madre de Marta del Castillo se les propinara «una buena paliza»”.
Y yo, Señor,
debo confesarte que después de conocer tales detalles no puedo sentirme un buen
seguidor de tu doctrina. No puedo hacerlo porque no alcanzo a comprender cómo
se puede poner otra mejilla después del nuevo golpe (tristemente temo que no
será el último) que la familia de la víctima de estos desgraciados, miserables,
malnacidos, asesinos y encubridores se ve obligada a encajar. ¿De dónde sacarán
ya fuerzas, Dios mío, para llevar el peso de esta cruz? Perder una hija,
desconocer el paradero de su cadáver para darle sepultura, recibir el ultraje
de la justicia (es un decir) y la humillación –encima de los encimas- de los
responsables de la desaparición de Marta y de sus respectivas familias. ¿Cómo
se puede consentir que en este país nuestro los asesinos tengan todos los
derechos y garantías habidos y por haber y las verdaderas víctimas sufran
semejante escarnio y no encuentren justicia? Seguro estoy, Señor, que no es
propio de un buen cristiano anhelar desde lo más profundo de mi corazón que la
mísera existencia de toda esta panda de desalmados esté marcada por las mayores
desgracias y calamidades así como desearles el más terrible y agónico final
para sus indeseables vidas. Porque francamente pienso que su mirada no merece contemplar un panorama distinto que el
circunscrito a tres paredes y una reja en la que se pudran encerrados
consumiendo sin sentido lo que una aciaga noche, entre todos ustedes, también
sin sentido, le robaron a una niña.
Por último no
puedo ni quiero olvidarme de los legisladores españoles y de la corte de
tertulianos meapilas que tienen distribuidos por los distintos programas de
debates radiofónicos y televisivos que consienten y toleran semejante
contubernio judicial como el que nos brindan, negándose a darnos un Estado de
derecho digno de definirse como tal. A ustedes, que se valen de la excusa de
que no es aconsejable “legislar en caliente” para no legislar nunca –ni en
templado ni en frío- solamente les puedo desear que ninguno de sus más cercanos
no tengan que pasar por un trance semejante al que tiene que atravesar la
familia del Castillo. Dios quiera que ninguno de sus hijos o nietos tenga que
sufrir lo que sufrió Marta para que llegue el día en que abran los ojos y
abandonen para siempre ese buenismo estúpido propio de papanatas que parece ser
su leitmotiv a la hora de legislar y defender esta pantomima de sistema
jurídico que hace que delinquir resulte prácticamente gratis en este país de
chichinabo en que están ustedes convirtiendo España.
Lo siento,
Señor, pero no puedo ir a pedir confesión a ningún lugar sagrado. No puedo
hacerlo porque no me arrepiento de ni una sola de cuantas palabras acabo de
dejar escritas. Perdona Tú en tu infinita misericordia a estos desalmados que,
después de manchar sus manos con la sangre de una inocente, además pretenden
castigar físicamente a los miembros de una familia que luchan por encontrar el
cadáver de su hija asesinada.
Marcos Fernán Caballero
Recordatorio Candelabro de cola: El costal en el altar