Blas Jesús Muñoz. Salió de su barrio, de su casa, como salen las mujeres para adoptar su compromiso ante el altar que, en este caso, era el de la Catedral.
Viajó en pos de su coronación, la misma que se recordará en estampas antiguas, cuyo tono cromático la recuerda como fue. Málaga esperaba a su Novia y sus cofrades la engalanaron, más si cabe, para que a la Santísima Virgen que tallase Pío Mollar en 1935 para ocupar el lugar de la que nos dejó por obra y gracia del odio irracional y que restaurase Luís Álvarez Duerte en 1992, la Reina y Madre que nos regala su abrazo cálido con la promesa de una primavera eterna, nada le faltase, en el convencimiento de que para Ella todo se antoja escaso.
Atrás quedó la entrega de la medalla de oro de la institución a la Virgen del Rocío que tuvo lugar el viernes en la Casa Hermandad de la Hermandad, en la Parroquia de San Lázaro, cuando la Novia de Málaga esperaba en su trono preparada para ser trasladada a la Catedral para su Coronación Canónica.
En el horizonte la Novia de los malagueños ya ha pasado a ser aun más parte del mejor capítulo de la piedad popular de un pueblo que se rindió a su inmensidad siendo partícipe de un pedacito de historia, que atesorarán para siempre y transmitirán a las generaciones venideras.
Ocurrió un día de septiembre. Málaga regaló a su novia el mejor de sus presentes, el alma, la devoción... el amor verdadero...