Muchas veces he comentado que, cualitativamente, no nos distanciamos
tanto de los tiempos en que vivía Jesús. Hoy, como hace dos mil años, hay
grandes diferencias sociales y diversos sectores de la población. Unos marginados,
otros con más derecho que otros vaya usted a saber por qué, y otros que
interpretan las leyes a su antojo. Estos últimos eran los fariseos, conocedores
a la perfección y al detalle de la ley de aquellos tiempos, marcadamente
religiosa y que manipulaban a su beneficio para salir airosos de cualquier
situación. Jesús era especialmente crítico con ellos, reprochándoles en
numerosas ocasiones la hipocresía que encerraba su actitud de orar en las
sinagogas durante horas, conocer al dedillo la legislación y cumplirla a rajatabla,
para posteriormente ignorar al mendigo o al necesitado, o acusar a otros
ciudadanos despiadadamente como si sólo ellos fueran los pecadores.
Hoy en día hay mucho de ello, y, en el tema que nos ocupa, sucede en
muchos estratos de las Cofradías. No quisiera pecar de olvidar a alguno de los
diversos sectores que componen una Hermandad, por lo que ilustraré el tema
grosso modo. Si me conocen un poquito, sabrán que una de las cosas que peor
tolero en las personas es la hipocresía. Y cuando uno se sube a un atril, sea pregonero,
dirigente cofrade, cofrade de a pie o incluso pastor, comienza a exhibir lo
buen cristiano que es, o la importancia de seguir las normas y uno sabe de
sobra que el susodicho o la susodicha se las ha saltado y salta a la torera o
se aleja ostensiblemente del espíritu cristiano, siente verdadera impotencia.
Impotencia porque normalmente no hay posibilidad a réplica, bien sea por
el cargo que ocupa la otra persona o especialmente porque ni el lugar ni el
momento resultan adecuados para ello. Impotencia porque repetimos la historia
de los tiempos de Jesús con la exactitud de un reloj suizo, mismos errores,
mismas miserias. Impotencia porque, como decía hace un par de semanas, los
buenos –perdonen que me meta en este saco-, estamos perdiendo terreno en lo
cofrade, un ámbito en el que cada vez vale más darse golpes de pecho, señalar
con el dedo al que se equivoca y saber mucho de normas y burocracia, en lugar
de volcarse con quien necesita ayuda, ofrecerse en servicio de los demás o
pringarse las manos trabajando por conseguir una sociedad, sociedad cofrade en
este caso, mejor. Existe, cuanto menos, cierta perversión de las funciones de los cargos, por no decir que estos se aprovechan para el beneficio propio.
Qué quieren que les diga, hay ocasiones en las que uno se piensa si todo
esto de las Hermandad, sacar pasos a la calle y sacrificar tantísimas cosas por
dedicarse a una Cofradía, merece realmente la pena para que unos cuantos finjan
estar en la versión fariseo-cofrade de Juego de Tronos, compitiendo por el
poder del reinado para sacar el máximo provecho, sea en una u otra dirección. Haciendo una triada de refranes que vienen al dedillo: que cada palo aguante su vela, que uno se mire la viga en el ojo propio antes
de señalar la paja en el ajeno, y que el que esté libre de pecado tire la primera piedra.
José Barea.
Fuente fotográfica
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