Blas Jesús Muñoz. La Semana Santa, todo lo que orbita a su alrededor, se ha venido contagiando progresivamente de la globalización imperante. Ya los años felices en que se produjo la última revolución sustancial parecen el relato de una novela amarilleada en una estantería cubierta de polvo.
Ya nada es nuevo y, sin embargo, todo es urgente. La inmediatez se ha apropiado de un mundo donde el sosiego y la reflexión siempre fueron de la mano. No se trata de la información que también es urgente (aunque halla quien la tome con el reposo de publicar una semana más tarde), pero que es un mundo colindante, no inherente.
La mundialización ha sido tan masiva que su ataque ha empobrecido valores, enriquecido redes y cualquier ocurrencia cobra carta de naturaleza.
Hasta unos cultos pueden caer del cielo en forma de palio perfectamente montado en el interior del templo. Como comentaban antes de escribir esta líneas, quién sabe si veremos nazarenos en el atrezzo de los cultos de alguna hermandad en Cuaresma. Nadie lo dice pero todos saben que la cuestión puede ir en aumento, sólo denle tiempo al tiempo.