Blas Jesús Muñoz. Aunque no lo crean estas líneas acabarán hablando de cofradías. Hay un héroe de huesos piel que, al final de su carrera ha comprendido mejor que nunca cuáles son las virtudes que definen a los hombres que pasarán a engrosar el particular archivo de la memoria de otros hombres. Y Pau Gasol es uno de ellos. Su compromiso ha sido su virtud y su virtud victoria en el final agónico de un capítulo con final feliz.
Pau, en su madurez y en su pubertad, comprendió algo inherente a todo deportista, el ansia de ganar. Y, sin embargo, ganar como un jugador top quizá sólo lo haya hecho, a ese nivel, en este último europeo donde la edad ha sido parte de esas ganas renovadas.
Una determinación que se adorna de garra pero que lleva en la valentía de llegar hasta el final, la única solución posible. Y así, con esa determinación consecuente se arropa la analogía del cofrade que mira la situación a su alrededor y no le queda otro remedio que armarse de valor o rendirse antes de que comience el torneo y no salir a disputarlo.
Son dos opciones, dos actitudes posibles. En la elección se halla cada solución o ninguna de ellas. Podemos ser Gasol o la estrella veterana que renuncia a la competición a cambio de un último contrato que asegure la jubilación. Doble o nada. Cofradías o irrealidad.
