No recuerdo bien cuando nos miramos por primera vez a los ojos. Cuando sin hablar nos dijimos tantas cosas, Madre. No recuerdo bien cuando me dejé seducir por la ternura y dulzura de tu cara tan bella... No recuerdo bien cuando en una esquina cualquiera cerré los ojos y me dejé embriagar por el aroma de tu paso y el sonido de tus bambalinas al son de la música.
Hoy, el día de tu onomástica sólo puede darte las gracias por cada Lunes Santo. Por cada madrugada en San Miguel, en San Zoilo, pero sobretodo por ese momento en el que parece que se para el tiempo. Es allí, delante de las monjitas cuando te veo más madre que nunca. Una madre rendida a su hijo, a su Bendito Hijo, Aquél que fue coronado de espinas injustamente para redimirnos. Aquél que nos liberó y que te ayuda a abrir esas cadenas que cortan las alas de la libertad.
A Ti, Señora de la Merced, Reina del Zumbacón, Señora de la luz y de la libertad, ¡felicidades! Ayúdame a seguir el camino de la justicia y de la verdad y, por supuesto, a seguir encontrando el camino hasta Ti cada Lunes Santo bajo la luna cordobesa y al compás de esas voces angelicales que habitan aquí en la Tierra.
Raquel Medina