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miércoles, 23 de septiembre de 2015

El cáliz de Claudio: La miseria humana


Volvía a casa como una tarde noche más. De estas que la brisa es tibia pero ya no quema y la luz más tenue de septiembre te permite observar la ciudad de otra forma. Los pensamientos me llevaban a Él, que siempre camina a mi lado o yo al suyo, pensando que la edad no me ha dado la madurez que quisiera, pero ha conseguido que la fe sea más fuerte y la creencia más personal. 

Caminaba con un rumbo determinado, mientras de los auriculares brotaba Virgen de las Aguas, una marcha sugerente que se ha colado, también con los años, entre la Soleá, Valle, Saeta... No suelo escuchar marchas marchas por costumbre, sino cuando los sentidos lo piden como un momento propicio. Caminaba pensando que soy más creyente y menos cofrade. Menos cofrade y más devoto. Una síntesis curiosa que me ha ido liberando de mil ataduras convencionales.

En el punto exacto del camino, del mismo que les escribí hace muchos meses, surgió la imagen que uno nunca estará preparado para asumir. Hay varios contenedores frente a un supermercado y una familia con sus dos hijos pequeños seleccionaban la comida en el suelo. Apreté la vista y continúe caminando, mientras me preguntaba cómo alguien que ostenta el bastón de mando puede menospreciar la beneficencia.

A ese punto de mi camino ni tan siquiera puede llegar Cáritas o el Banco de Alimentos para ofrecerles una mesa donde comer, al menos, como personas. A ese punto de la vida, la dignidad -la pérdida de ella- es un atraco a mano armada de quienes nos gobiernan y permiten que una sola persona pase ese trance. En ese punto de la existencia no existen miramientos porque ya nadie te trata como su semejante porque te dejan sobrevivir no con sus migajas, sino como un animal.

Seguí mi camino pensando que el éxito del hombre se fragua en la victoria por aplastamiento de sus semejantes y que, tal vez, Nietzche no iba muy desencaminado. Sentí un escalofrío al llegar a cada, una punzada honda por no hacer nada que ahora me duele más. Pedí perdón a sabiendas de que no sirve si no reparar el daño que crees haber causado, aunque sea por omisión. Y proseguir comprendiendo que la miseria humana había comenzado por mí y mi cobardía. 

Blas Jesús Muñoz 





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