Junto a la santidad de su mano, en una mesa sencilla aunque noble, hierbas amargas y frutas molidas en un mucílago, mezclada con vinagre y agua salada, dispuestas en vasijas, alumbradas por la luz tenue, introspectiva, de candiles de barro, cocidos bajo tierra con fuelles de piel de cordero. En el firmamento, el tacto azulado de la Luna de Nissan, amparaba a una brisa espiritual, que susurraba, meciendo el velo de una pequeña ventana.
Un paño de lino recién trenzado, cubría el pan ácimo que junto al vino, aguardaba ser servido en pequeños vasos de adobe, siempre con un simbólico vaso para el profeta Elías, en la noche que la profecía, era carne y sangre. Jesús, el Mesías, tras probar el vino, lavó los pies a sus discípulos. Mirra derramada sobre los olivos del huerto de Getsemaní, tinieblas aceradas se ceñían a las sienes del Hijo del Hombre. Surco de vida en el monte de la muerte, purpúrea mejilla del Nazareno que expirando rogaba, al Padre por el mundo. Junto a un sepulcro vacío, la súbita floración, olor a Santidad en el verbo de María, congraciado el Padre, “la gran mentira”, la muerte, fue vencida.
El mensaje de hermandad, desde las entrañas de la tierra, a la profunda faz del firmamento, cantos de Gloria en el mensaje que Purifica el alma a través, de las acciones del ser. Busca y encontrarás, Él es el fulgor en los senderos más oscuros, meditación para el Místico y reflejo para el Santo.
José Antonio Guzmán Pérez
Recordatorio Calvario de iris: Contemplación