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lunes, 9 de noviembre de 2015

El Cirineo: La flor persa


Cuenta la historia, mitad real, mitad leyenda, como muchas de las que llegaron a nuestros días, que durante su estancia en la Alhambra de Granada, en plena luna de miel, el emperador Carlos V entregó a Isabel de Portugal, su esposa, como promesa de amor, una flor importada de Oriente conocida como flor persa, inédita en España, que entusiasmó y deleitó a la Emperatriz. Esta flor maravillosa fue el primer clavel que llegó a la península ibérica, Para sublimar la felicidad de su amada, y satisfacer sus deseos, el Emperador ordenó la plantación de miles de claveles en los jardines de la Alhambra, que extendieron su olor por todos los rincones del extraordinario recinto.

Con el tiempo, el clavel, que fue denominado por los griegos “la flor del dios” o la “flor de flores”, y la “flor de Júpiter” por los romanos, se diseminó por toda la Península, sobre todo por el sur, donde actualmente es protagonista indiscutible de jardines, patios y balcones, pero también está presente en las fiestas, como adorno obligado del cabello de la mujer andaluza. Es la flor que mejor expresa la pasión y el carácter latino, resultando, sin duda, una de las imágenes incuestionables del alma de Andalucía.

Por un solo clavel, Granada ganó una emperatriz, la llamada Emperatriz del clavel y Andalucía ganó el cultivo de esa flor, hasta entonces desconocida a este lado del Mediterráneo, y los enamorados, los claveles rojos, símbolo del amor vivo y puro. Nadie podría imaginar en la actualidad la maravillosa serenidad de un patio rebosante de Mayo sin la presencia de esta flor que no era nuestra y llegó a serla por obra y gracia de la genialidad de los hombres que entendieron que es la complejidad de la fusión y la mezcolanza lo que convierte en singulares, extraordinarias y únicas las cosas más comunes y cotidianas.

Casi secuencialmente, el puerto de Sevilla se convirtió en entrada de las Indias y con ello en el cauce a través del cual las ingentes riquezas procedentes de América entraban en la península. Sevilla se erigió en el centro económico del Imperio español, al monopolizar el comercio transoceánico abriéndose una verdadera Edad de Oro de las artes y las letras… y las hermandades. Hoy, pocos eruditos podrían negar la evidente influencia del hecho de que Sevilla fuese Puerto de Indias, receptora del oro procedente del otro lado del mundo y protagonista indudable de la derivada explosión del barroco con el origen efectivo de la Semana Santa de Andalucía.

Los más importantes edificios del centro histórico sevillano proceden de esta época. La Catedral (terminada en 1506); la Casa Lonja de cargadores a indias, que sería adaptada como Archivo General de Indias por orden de Carlos III en el siglo XVIII, el remate de la Giralda (campanario y Giraldillo: 1560-1568), el nuevo Ayuntamiento (1527-1564), el Hospital de las Cinco Llagas (1544-1601), la iglesia de la Anunciación (1565-1578), la Real Audiencia de los Grados (1595-1597), la ampliación y reforma de la medieval Casa de la Moneda (1585-87) y otros edificios nuevos como la Casa Pilatos, el Palacio de las Dueñas o la Iglesia del Salvador.

Una vez más, el encuentro de culturas, la diversidad fusionada y la amalgama de elementos diversos generó una riqueza cultural, social y patrimonial indudable e indiscutible salvo para mentes profundamente obtusas y demagogas que pretenden juzgar al siglo XVI bajo los parámetros del contemporáneo buenismo giliprogre que sufrimos en la actualidad y que se ha convertido en la nueva fe verdadera, absoluta e incuestionable, so pena de ser condenado por fascista o algo mucho peor por aquellos que, desde la arrogancia de la superioridad moral, curiosamente predican renegar de cualquier cosa que huela aunque sea de pasada a religión.

La Mezquita Catedral de Córdoba es precisamente eso, nada más y nada menos. Una maravilla que lo es porque representa la fusión de dos mundos antagónicos que la grandeza y sabiduría de quienes vivieron y gobernaron aquellos tiempos convulsos, supieron incorporar, para convertir un edificio magnífico en una joya única e irrepetible, sin cuya metamorfosis, probablemente hubiese terminado como lo hicieron el resto de grandes mezquitas diseminadas por otras grandes capitales de lo que hoy todavía es España… destruidas y desaparecidas para siempre de la memoria colectiva, pregunten en Sevilla.

Pretender despojar a la Mezquita Catedral de su componente musulmán sería de una ignorancia y una torpeza jamás predicada por el cabildo catedralicio que en ningún momento ha cuestionado que un día fue la mezquita más importante del mundo, como lo es poner en tela de juicio que la propiedad siempre ha estado en las mismas manos, o que desde el preciso instante en el edificio se consagra al culto cristiano se convierte en una catedral, con independencia de que cada cual lo llama como le venga en gana, y que es la gestión de la iglesia católica la que permite al conjunto gozar del esplendor que actualmente posee, en contraste con otros edificios de la ciudad de San Rafael gestionados por los poderes civiles, como el Alcázar, las Caballerizas Reales, Medina Azahara o la Sinagoga, por poner algunos ejemplos muchísimo peor conservados,,, y protegidos.

A principios de 1970, repito, 1970, el cordobés Rafael de La-Hoz Arderius, por aquel entonces al frente de la Dirección General de Arquitectura, se empecinó en recuperar parte de la luminosidad que tuvo la Mezquita de Córdoba, perdida desde que toda la gran arcada que daba acceso al templo desde el ahora Patio de los Naranjos, entonces de abluciones, fue cegada en el siglo XVIII para impedir el acceso de los pájaros al interior. En 1970 aún permanecían algunos vanos sin tapiar, circunstancia que aprovechó el arquitecto para incorporar unas celosías de madera de cedro maciza, de dos toneladas cada una, que creaban una nueva iluminación, repito nueva iluminación.

Más allá de cualquier referencia al hipotético componente artístico que puedan tener o no las mencionadas celosías, resulta extremadamente curioso que todos estos que se amparan en una presunta defensa integral de un edificio centenario, lo hagan utilizando como bandera el único elemento accesorio destacable incorporado en tiempos del dictador al conjunto monumental. Los mismos que no tuvieron empacho alguno en destruir el puente romano tal y como los contemporáneos lo conocíamos en la búsqueda de la presunta imagen original, con mármol rosa y bancos de Ikea, eso sí, o que defienden a voz en grito que son precisamente los añadidos cristianos los que sobran en el edificio que un día fue Mezquita Aljama. Desde la humildad de mis argumentos, premítanme aconsejarles ser consecuentes a la hora de defender añadidos, y hacerlo con todos o con ninguno. Cabe recordar que los diversos proyectos presentados para permitir el acceso de las cofradías al interior del templo por este punto, proponen desde la sustitución de la celosía por otra similar de dos hojas que puedan abrirse, a la incorporación de un sistema que desplace lateralmente la celosía para abrir camino, y no la eliminación de un elemento, que tripito está fechado en 1970. Es irritante e irrisorio hablar de mutilación ante la propuesta de modificarlo o sustituirlo, o pretender que la catalogación del edificio como Patrimonio de la Humanidad guarde relación alguna con una celosía cuyo valor artístico genera múltiples dudas, que procede de antes de ayer y en cuya existencia el común de los mortales jamás había reparado hasta el estallido de esta polémica absurda, laicista y anticlerical.

Porque de no ser objetivo y ecuánime con todas una cada una de las modificaciones experimentadas por el edificio, parecerá exactamente lo que algunos sospechamos. Que todo esto no más que un ataque premeditado contra la Iglesia Católica, los cristianos, la Semana Santa y esa parte del cultura judeocristiana que es parte sustancial e indisoluble de nuestra esencia como ciudadanos, cordobeses, andaluces, españoles y europeos, por mucho que a algunos les moleste, les altere y les irrite. Una persecución que tiene como objetivo final, no lo pierdan de vista, la expropiación de un templo que no pertenece a la jerarquía eclesiástica, como algunos venden, sino a la Iglesia que somos todos los que formamos parte de ella y a los que pretenden robar impunemente, por motivos económicos, a nadie se le ocurre expropiar un templo del siglo XVII que necesite una urgente y millonaria restauración sino un edificio que reporta un indiscutible beneficio, y por causa del odio de ciertos sectores de la población hacia todoloquehuelaaincienso.

Es la hora de que los cristianos y los cofrades levantemos la voz y pregonemos alto y claro que hasta aquí hemos llegado, que no vamos a tolerar que pisoteen nuestros derechos ni nos impidan manifestarnos en libertad. Es la hora de que todas las hermandades adopten la única decisión posible en estos momentos, hacer Estación de Penitencia en la Catedral, con puerta o sin ella, entrando o parando los pasos en el Patio de los Naranjos, situando al Santísimo en un Altar fuera del templo catedralicio si es preciso. La hora de posicionarnos abandonando esa miserable costumbre de ponerse de perfil esperando cobardemente que sean otros los que se conviertan en avanzadilla y ya si eso incorporarme cuando otros se hayan llenado de barro.

Porque frente a algunos odiadores de la mezcla de culturas que jamás hubiesen inundado la Alhambra con flores persas, permítanme por el contrario hacerles partícipe de mi infinita gratitud a quienes permitieron que hoy los patios cordobeses sean lo que son por obra y gracia  de la fragancia insustituible de esta maravillosa flor que un día fue persa y hoy nuestra y sin cuya presencia sería imposible imaginar un calvario bajo la luna de Nisán… una flor persa siendo testigo mudo del supremo sacrificio del hijo de Dios, ¿es posible mayor metáfora para demostrar científicamente que la diversidad es riqueza?


Guillermo Rodríguez



Documentación: José María de Mena (1975).
Tradiciones y leyendas de Sevilla. Plaza & Janes










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