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jueves, 5 de noviembre de 2015

Verde Esperanza: Lo que verdaderamente asusta


Tenía en mente escribir sobre un tema de rabiosa actualidad como lo es Halloween, pero en realidad no tengo mucho más que aportar a lo que magistralmente escribía mi compañera Raquel Medina en el día de ayer. Bajo mi punto de vista, es enriquecedor conocer otras culturas y celebraciones, pero desde luego lo que resulta alarmante y peligroso es ningunear nuestras propias tradiciones en beneficio de las externas. Ya lo he señalado en alguna ocasión, estamos en la senda de la desaparición de nuestra cultura española, con la persecución de todas las señas de identidad que nos han caracterizado durante siglos. Siguiendo con la temática, vengo a escribir sobre cosas que verdaderamente me atemorizan.

Ni el más aterrador disfraz de Halloween me asusta más que la tibieza en el seno de la Iglesia –y por ende, en las Cofradías- y el enfermizo Síndrome de Estocolmo hacia quienes tratan de pisarnos una y otra vez. Durante estos días han tenido lugar una serie de acontecimientos que poseen un denominador común, que es que la Iglesia sale perjudicada de una u otra forma. Sin embargo, no son estos sucesos los que me preocupan de por sí, sino más bien cómo reaccionamos quienes pertenecemos a la Iglesia.

Un Ayuntamiento que ofrece a sus ciudadanos la posibilidad de celebrar bautizos y comuniones civiles. Parece el comienzo de un chiste, pero la realidad supera a la ficción, una vez más. Desde las instituciones que gobierna la autodenominada nueva clase política, se permiten la licencia de prostituir un Sacramento como lo es el de la Comunión o el Bautizo para fines lúdicos. En este país nos puede más la cháchara que la lógica, y esto es algo que, como raíz del problema, sucede en gran parte de los niños que acuden al solemne Sacramento –ojo, no es cualquier término- de la primera Comunión. Quienes, motivados por sus inteligentísimos progenitores, conciben lo que es el ritual sacramental de la Comunión como una excusa y un mal menor con el fin de celebrar una fiesta en la que Dios no figura en la lista de invitados. Por tanto, lo que me aterra no es que unos gobernantes se mofen y pretendan alienar uno de los Sacramentos de la Iglesia, sino que la propia comunidad cristiana haya dado pie, tras años y años de torpezas, a que esto suceda. Y, por si fuera poco, que aún haya quien pretenda justificar y respaldar la celebración de estas Comuniones civiles. Total, como a mí no me afecta… qué más da.


Y qué mas da que, como contaba Raquel, la Hermandad de San José de San Fernando tuviera que suspender su rosario público por las calles de la localidad gaditana, debido al ambiente totalmente inapropiado para la celebración del mismo. Pero, y vuelvo a redundar en la misma idea, no es esto lo que me acongoja, por no decir otra cosa, sino que probablemente a la gran mayoría de la fauna cofrade esta cuestión le importe un bledo, incluso la llegue a aplaudir, porque ese día ellos también sienten la imperiosa necesidad de salir a disfrazarse, enseñar cacho y emborracharse, y si hay que pisar un culto externo por el camino, pues se pisa. Que lo hagan en otra fecha que no moleste, mejor celebrar Halloween que eso, ya que además no acudían bandas al acto, por lo que carece de interés. Entiéndase la sobredosis de ironía. Y, para rematar la antología del disparate, me doy de bruces con dos Hermandades gaditanas que pretenden realizar celebraciones de Halloween, y que acertadamente el Obispado ha cortado de raíz. Lo dicho, que lo que importa es el postureo sin importar el cómo, el por qué o el dónde. Y que si hay que echar tierra sobre la propia Hermandad, se echa. No pasa nada, todo vale.

Y, para terminar, y casualmente localizado en el mismo lugar que los eruditos de las Comuniones civiles, Rincón de la Victoria (Málaga), se produce un asalto y destrozo contra imágenes religiosas en la capilla del Carmen. Y, por si esto no es suficientemente espeluznante de por sí, más aún por el hecho de que este tipo de ataques se vienen sucediendo con cada vez más frecuencia, me encuentro con que el párroco de la capilla afirma que es un “acto de vandalismo aislado”. ¿A usted no le acojona –con perdón- más lo segundo que lo primero? A la destrucción de varias imágenes devocionales se suma una serie de pintadas en escritura árabe entre las que se encuentra una que reza “Alá es Dios”. Pero, seguramente, eso debe ser que un par de señores entraron amablemente a preguntar la hora a la capilla, y daba la casualidad había nadie. Además, estaba todo oscuro y debieron tropezarse unas doscientas veces por minuto con lo que se explica el arrasamiento del lugar. Para terminar, seguramente confundieron unos aerosoles con un desodorante, que fueron a utilizar al terminar de tropezarse por el lugar, ya saben, por aquello de que con tanta actividad física, uno suda, con tan mala suerte que apuntaron sin querer a la pared y, con más infortunio aún, resultó que la mancha de spray parecía poner aquello de Alá es Dios en escritura arábiga. Pero no se deje engañar por las apariencias y los prejuicios, se trata de un insignificante incidente, fruto de una serie de catastróficas desdichas. Vamos, que ha sido sin querer. Ya hablando  –sólo- un poco más en serio, a lo más que llegamos los cofrades, me incluyo por supuesto, es a compartir la noticia en cualquier red social y escribir un par de líneas de indignación, y a los dos minutos nos estamos riendo porque justo después nos salía un vídeo de estos de caídas, que hacen mucha gracia. Habrá que esperar –de nuevo, recordemos que ya ha sucedido algo así en Palma del Río- a que ocurra algo de igual o mayor calibre en alguna Hermandad, preferiblemente de las conocidas a nivel andaluz, para que comencemos a preguntarnos si realmente estamos sufriendo un hostigamiento desmesurado y así nos planteemos qué hacer para no ser reducidos a cenizas.


La conclusión que saco es que el orbe cofrade corre un gran riesgo al soltar la mano de la Madre Iglesia tal y como un niño puede hacer a una edad temprana, para salir a corretear sin que la pesada de su madre le retenga. Nos mostramos contrarios a muchas de las posturas que la Iglesia adopta con más o menos razón –generalmente con más-, nos mofamos de los sacerdotes, permitimos que otros hablen pestes sobre la Iglesia y, con cada vez más asiduidad y una aterradora naturalidad, nos autodenominamos cofrades no creyentes, y por tanto, como no miembros de la Iglesia. Degradamos la condición del cofrade hasta el ridículo, bien podría uno pensar que la creación de Hermandades civiles no está lejos. Es más, creo recordar que ya ha sucedido algún episodio así en una localidad sevillana. Ahora es muy fácil justificar todo aquello que escupa sobre el tejado de la Madre Iglesia, porque pensamos que es algo que nos pilla lejano y que no nos afecta. Pero, al ritmo que vamos, las Cofradías van a ser las primeras organizaciones en caer bajo el yugo de una sociedad que ataca, o en su defecto le da igual que ataquen a todo lo que huela a Dios. Y, por más que pese a algunos, nosotros los cofrades olemos a incienso, nos identifican con la Iglesia. ¿Saben qué le sucede a ese niño que juguetea y escapa de la mano de su madre? Seguro que sí, sucede que esta, por más que lo intente, no puede protegerla ante cualquier perturbado o ante una transitada carretera. No hace falta que les cuente el desenlace de esta macabra historia de Halloween, ¿no? ¿Trucoo trato? Ya está uno lo suficientemente asustado por la ineptitud del cofrade de hoy en día como para pararse a hacer trucos o tratos con el diablo, y justificar lo que de ninguna manera tiene justificación. No soltemos la mano de nuestra Madre Iglesia, es la única capaz de protegernos ante lo que puede estar por venir.

José Barea

Fuente fotográfica
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Recordatorio Verde Esperanza: Que viva lo añejo





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