Es tercer domingo de Adviento. En el albor del día las calles permanecen tranquilas. Algún despistado discurre sin un rumbo fijo después de una noche festiva. Las puertas del Liceo están cerradas y en su entrada se aprecian los restos de estos días de vísperas y artificiosas cenas de empresa, forzadas y donde la camaradería no puede ser más hueca. Mis pasos se dirigen a la iglesia conventual de San Rafael, casa de las Capuchinas en Córdoba, donde a primera hora de la mañana se puede oír la Santa Misa. La fachada de ladrillo visto da un toque de sobriedad, roto, eso sí, por la buganvilla que trepa tratando de ganar, centímetro a centímetro, una batalla perdida de antemano al austero barro. Una vez dentro el retablo en madera obscura, con traza de Sánchez de Rueda, hace austero el sacro recinto. El oficiante, revestido con la tradicional casulla color rosa de este día, celebra la Eucaristía, que pasa rápida, concisa y clara en este tercer domingo de Adviento, llamado también de Gaudetes.
De nuevo en la calle y tras la Misa, pienso que estas celebraciones que se avecinan, tienen que ser mucho más profundas de lo que hoy son. Son fiestas para mirar hacía dentro de nosotros mismos, de hacer revisión de nuestros sentimientos y raíz cristiana. Hay que olvidar esos pecados cotidianos que nos traicionan día a día. Mirar más hacía nuestro alrededor y, mirar de verdad si estamos haciendo bien en nuestro entorno. Tiempos por tanto de reflexión y profundizar en nuestro interior. También de recordar a los que no están acompañándonos, bien porque ya gozan de la paz del Señor, o bien porque por algún motivo u otro, dejaron de formar parte de nuestro entorno.
Nuestras cofradías, fiel espejo de nuestra sociedad, también deben de mirar hacia dentro. La revisión interior debe de llegar desde hermanos mayores y juntas de gobierno, hasta el último hermano de cada corporación. Si no es así todo quedará en el envoltorio. Las recogidas de alimentos, los llamados ensayos de costaleros solidarios, las comidas y cenas de hermandad, todo sin sentido, si no captamos el verdadero mensaje de los días sacros que se avecinan. Las ansias de poder, la competición por aparentar más que el de la casa de abajo contratando con los mejores artistas y afinadas bandas, no son más que rasgos de la soberbia humana. Todo lo contrario de lo que predicó aquel niño nacido en Belén hace más de dos mil años, y que ahora viene de nuevo a recordarnos a todos, su mensaje de Paz, Amor y Perdón.