Llega la hora. Como cada año me sostienen los recuerdos y los momentos vividos, esos que atrás quedan pero nunca son olvidados, nunca quedan en el olvido. Un año donde anímicamente el cuerpo me pide calma y tranquilidad, pero que siempre entre el caos y los bajo mínimos de ponerme la vestimenta de guerrero, se cuelan las nostalgias de niño y el querer ser los pies de mi Titular, sea Él o Ella, los dos me amparan, bajo su amparo aquí llegué, aquí seguiré, y hasta que mi camino, el de costalero, llegue a su fin, ahí estaré, Ellos a mi amparo y yo al suyo, debajo, desde hace años ya bastante callado y obediente, despojado la verdad, de aires de grandeza y energías que llegan desde la ilusión y la alegría, a veces minada, a veces maltratada.
La ilusión no es que esté perdida, distraída o dispersa. No he de negar que busco en cualquier resquicio cada año, en cada fecha, aquella ilusión de mis dieciséis, aunque de aquello ya entiendo y me di cuenta hace mucho, que sí, que hace mucho tiempo. La buena noticia es que no demasiado.
Cambio el rojo por el verde y el negro por el blanco. La fuerza imponente del dorado bien mecido, dominante y poderoso, ante la nostalgia de lo que mi madre siempre quiso, y mi padre, verme debajo de la elegancia llamada alegría, esa llama siempre encendida que ahí estaba, que siempre encontraba en Colón cada recogida, y que ahora, como aquel año de mil novecientos noventa y nueve, podré coser a mi persona, y lo único que espero, es que la blancura pura de Paz, me impregne tanto como lo hizo aquella Humildad y Paciencia que tantos años me hizo disfrutar, ser orgulloso hijo, orgulloso miembro de una idea, a veces cambiada, perfilada, pero que cuando se habla de Hermandad, Paz y Humildad, no hay ni cambios de sistema ni nuevos planes en el horizonte, solo Paz, Esperanza, Humildad y Paciencia.
Llega la hora de un costal que será nuevo, una faja que también será nueva, unos compañeros que serán también nuevos, capataces nuevos, que resumiendo y dicho de otra forma, aire nuevo, frescura y ganas. Lo que no será nuevo, creo que los que somos de la casa lo entendemos desde que nacimos, eso que nadie nos tuvo que explicar.
Atrás quedan años del apellido Muñoz en el Palio de María Santísima. Se dice adiós, de la forma que en buena manera hemos podido cada uno a esa persona demostrarle nuestro cariño, dar las gracias y mostrar sus respetos ante su inesperada despedida, o más bien, cese cuando muchos no lo esperaban.
Quedan para muchos las formas de su cese, que no fueron las correctas, pero para todos debía quedar de esa misma manera lo único y verdadero, lo que en verdad queda, que no es otra cosa que una Virgen que a muchos conoció en la niñez, a otros enamoró en la adolescencia, y a otros nos cuidó como Madre desde la venida a nuestro mundo. Ella es la que queda, pues siempre queda y quedará Ella y a partir de ahí, no hay que pensarse las cosas ni nada que debatir.
Es la hora del costal, de la faja, de soñar y disfrutar mientras Ella nos deje, el tiempo acompañe, el Ayuntamiento decida, y los cofrades queramos, cuando no, ya vendrá tiempo en que nos pisoteen este modo de entender la vida con nuestra fe, nuestras costumbres y nuestro testimonio, en este caso claro está, de Paz y Esperanza.
Aunque no estuve en esa cuadrilla siempre me llamó la atención su entereza, personalidad y experiencia, pues un año bajo la Paz daba para ser experto en obediencia costalera y sobre todo, sacrificio puesto bajo las plantas de una Madre que no dejaba a nadie indiferente si viajaba en sus trabajaderas. A algunos por lo vivido, entre lo divino y lo humano, a otros por lo concebido entre sus hijos, aquella humanidad que se unía fraternalmente ante cualquier contratiempo, sobre todo, ante el contratiempo de las chicotás dolorosas, las que hacen mella, las que marcan cada Miércoles Santo.
No sé si los que llegamos ahora seremos dignos o no de Ella, aunque seguramente algunos de los que hayan pasado, también habrán sido pecadores con la firme firmeza de ser ellos los protagonistas, no entender que nunca fueron nada, ni siquiera lo que ellos creen ser, y por supuesto, no tienen por qué enseñar o predicar algo que quizá ni mamaron, ni entendieron como tenían que entender, ni saben incluso entender en la buena manera que haya que entenderlo.
Llega la hora de la faja y el costal, solo espero que mi Madre llame a mi Paz interior, con la Esperanza firme de que llegará de nuevo aquella ilusión de mis dieciséis, ahora que empiezo, ahora que no tengo miedo a un nuevo comienzo, pues con quien me hallaré, o de quien me voy a rodear, son solamente personas que como yo mamaron, vivieron, y sobre todo y lo más importante, tienen ganas de volar cual Paloma de Capuchinos, de que seamos uno solo en el grito de una advocación, la de la Paz, la de la Esperanza, aquella que nunca se pierde, que muchos ni han entendido en años y años, y que por supuesto aparten de mí el Cáliz de la venganza en guerras en que no participé.
Solamente Paz, solamente Esperanza, solamente Ella y nosotros, pues donde Ella ponga su mano, nosotros pondremos el sacrificio y sobre todo nuestro sentimiento, y es que bajo Ella solo se ha de pedir eso mismo, lo que nosotros tenemos, Paz, hermandad, y sentimiento puro, a quien hay que tenerlo y por quien hay que tenerlo, por nuestra Madre.
Que cada uno le ponga el nombre que quiera a la Soberana, la Capitana de su embarcación, esos sentimientos que a todos nos afloran cuando nos la nombran, dándote cuenta que Ella es la importante, lo único verdaderamente que no se puede manchar ni con venganzas, ni odios, ni cambios de cargos. Con nada de nada. Ella es lo único que importa, por eso, solamente ya queda, la hora llega, la del costal y la faja, de nada más.
Fernando Blancas