Tu caminar sin rumbo te hizo regresar al Gólgota del sacrificio. Todos se habían marchado... arribaron a tu orilla para ser pañuelo de tu llanto y memoria de su fragancia. Y tras el duelo, el silencio y la ausencia. Observas la cruz abandonada con el sudario que han utilizado para descenderlo colgando del travesaño y sientes que el alma se te hace jirones mientras tu agonía derramada, hace brillar tu mirada como estrellas en la oscuridad del firmamento. Navegas en la inmensidad de la Soledad más absoluta.
Sólo existe una carencia mayor que la que habitan tus entrañas… la del universo que ha renegado del mayor de los regalos; la soledad del pueblo que ha ignorado su mensaje, y que lo ha entregado al sacrificio por revelar la Verdad, por intentar cambiarlo todo desterrando la soberbia y el odio y sembrando Paz y Amor. Y ahora el mundo, el mismo mundo responsable de la más cruel de las tragedias, se muere de melancolía y necesita de tu mano para escapar del abismo. ¡Qué infinita ironía que precisamente seas Tú quien sirva de consuelo a la humanidad causante de tu llanto!. Porque sólo Tú has sido elegida para protegernos de la galerna en este valle de lágrimas y para volver a hacer brotar la semilla de la Fe en el erial de mis creencias. Sólo Tú puedes calmar mi Soledad.
Roncos tambores se pierden
en la encrucijada de callejuelas...
La multitud se ha dormido,
la extraña oscuridad ha constreñido
la llama de la hoguera
que alumbraba el camino,
con amargo sabor de Angustia y Pena.
No se marchar hacia el Pueblo,
el humo de la Soledad del tiempo
me oculta el horizonte
y por eso me pierdo,
bebiendo el llanto en la quietud del monte.
Es el recuerdo la compañía
cuando se oculta la luz del día
y la Ausencia te reclama;
no llores más Madre Mía
verás como amanece mañana.
Guillermo Rodríguez