Yo entraba por la puerta de San Jacinto muy de cuando en cuando. Me crié en la casa de enfrente y sólo ocasionalmente acudía a tu hogar. Siempre sentía aflorar la insurrección de mi espíritu cuando lo hacía y te encontraba desplazado del centro del Universo. En aquellos tiempos, ocurría algo similar en mi propia casa. Recuerdo aquellos repartos de túnicas de hace siglos, cuando casi todos pedían acompañar a la Paloma de Capuchinos. Por eso siempre me sentí cercano al que despojan de sus vestiduras. Porque sabía que a Ella no le faltaban claveles entre el universo de flores que glorificaban el jardín de sus maravillas. Y por algún motivo experimentaba algo semejante al acceder al portal vecino.
Miraba a la Señora, magnífica e impresionante en su camarín y Tú, a la izquierda del caudal de oraciones que cada día se asomaban a las plantas de tu Madre. Eran mis pensamientos juveniles de rebeldía perenne, los que me hacían verte humilde y abandonado por el mundo al que te ofreciste y los que me empujaban a plantarme delante tuya, a mirarte a la cara, a rezar en silencio observando tus heridas, las que te infringieron por salvarnos y destilan la Clemencia y la Bondad Infinita de quien da su vida por los demás. Ahora se que Tú prefieres estar ahí, a la orilla del mar, para dejar que Córdoba entera le regale su alma a tu Bendita Madre y calme su eterno Dolor, porque te apiadas de su daño y porque eres absoluta Humildad en la vida y en la muerte. Y por eso regreso a veces, para pedirte que cojas mi mano, porque si no tengo tu fuerza dentro de mi corazón, soy un náufrago sin rumbo y sin isla a la que nadar. Ayúdame Señor, apiádate de este mundo que se olvida de tu Nombre... y dame aire para continuar el camino...
Necesito tu presencia
para sentirme seguro,
no soporto tu carencia
sin promesas ni futuro.
De tu voz tengo nostalgia,
sin guía en el oleaje,
se que no es intolerancia
lo que habita en tu mensaje.
Siendo el amor que promulgas
tu auténtico mandamiento,
no entiendo cómo comulgan
los causantes de tormentos.
Mi espíritu poseído
de abandonos de conciencia,
busca consuelo aterido
implorando tu Clemencia.
Ante tu altar me confieso,
me ha tentado la codicia,
haz un sitio pa’ mis rezos,
perdona Dios mi malicia
sin tu luz me siento preso.
Guillermo Rodríguez