Sé que esto puede ser una pequeña puñetada –por no decir otra cosa- que
estoy haciéndote, pero qué quieres que te diga… No he podido contenerme, espero
que sepas perdonarme. Sé que no te enfadarás. Ni puedo acercarme a imaginar por
lo que habrás de estar pasando por estar a tantísimos kilómetros de tu de tu
familia, de tu gente, de tu Hermandad… Aunque para ti esas tres palabras
signifiquen, en muchas ocasiones, lo mismo. Y, sobre todo, tan alejado de tu Virgen de la Esperanza y
tu Cristo del Amor, tu niño, como cariñosamente lo llamas.
Aún recuerdo aquella tarde hará dos o tres años en la Casa Hermandad,
preparando un San Juan, cuando me ofreciste ser el enlace con la banda del
Señor. Ilusionado como un niño, acepté encantado al par de días, ya sabes cómo
es uno y lo que le gusta pensarse las cosas. Aquel pequeño gesto, que bien
pudiera parecer carente de importancia, hizo que empezara a acercarme a esa
pequeña familia que forma la gente del Señor. Comencé a acudir a los
ensayos, y me cautivé del inmejorable ambiente que reinaba en ellos, y del
trabajo bien hecho de todos: costaleros, contraguías y capataces. Gente pura,
con casta y con muchísima ilusión, encabezados por tí. Seguramente cuando leas
esto repetirás en tu cabeza “no, no, no…”, pero no puede estar más claro que tú
eres el precursor de todo lo bien que va nuestro Dios del Amor hoy en día. Más
aún cuando el precedente antes de llegar tú a su llamador no era muy halagüeño,
con aquel triste año en el que el Cristo tuvo que ir portado a hombros por
insuficiencia de costaleros. Hoy, Viernes Santo –como si no lo supieras-,
seremos 53: casi dos cuadrillas. Por supuesto hay otras muchas personas que han
contribuido a ello, especialmente dos que tú y yo bien conocemos, y que tantas cosas
buenas “copiaron” de ti. De su mano, y de otras que se han ido sumando con gran
acierto, crecemos en número, y en capacidad de trabajo bien hecho. Seguimos
siendo una familia, con nuestros ratos de charla. Caminando por derecho, como
Él debe ir, tú bien lo sabes. Así que yo te digo que “sí, sí, sí”, eres tú el primer
pilar que fundamenta la familia del Señor, cuyo padre reparte Amor cada Viernes
Santo, conquistando los corazones de todo aquel que abre las puertas del alma
cuando pasa por su lado.
Hemos –permíteme que me incluya como un pequeño grano de arena más-
contribuido entre todos a darle el lugar que merece a nuestro Cristo del Amor.
Una talla que pudiera llegar a estar ensombrecida por la magnificencia y el
ascua de luz que es la Reina de la Esperanza, pero poco a poco y arrimando el
hombro entre todos –y tú, el primero-, estamos consiguiendo que en nuestro
pueblo, y más allá de él, conozcan la cautivadora mirada de tu niño, nuestro
Cristo. Y tú, como pilar fundamental de ello, mereces un reconocimiento público
por tu labor callada durante tantos años. Hoy más que nunca, tan aislado de lo
que te apasiona y probablemente en la soledad de tu conciencia, mereces que
todos te demos las gracias con mayúsculas por haber contribuido a ser lo que
somos. Va por ti Xavi. En cada levantá, aunque no lo digamos, estarás en
nuestro pensamiento. Cada racheo con que nuestros pies acaricien nuestras
calles, y la suela de nuestro calzado quede en el asfalto –la Hermandad paga
las suelas, no te preocupes, ya lo decías tú-, cada aplauso que arranquen los 30
corazones que van debajo de la cruz latiendo al mismo son… todo será por y para
ti.
Hoy estás con nosotros, porque aunque te encuentres más allá de nuestras
fronteras, tu corazón latirá bajo la trabajadera, fuera de ella o donde a ti, y
a tu niño, os dé la gana. De todo corazón, gracias por abrirme la puerta a esta
bendita locura. Nos volveremos a dejar la piel para mantener el legado que tú
comenzaste, para que nuestro Dios del Amor camine como merece, y para que
puedas sentirte orgulloso de nosotros. Va por ti, querido y eterno capataz… llama
cuando quieras, que tu cuadrilla está en el palo.
José Barea