Fue durante la recuperación momentánea de una costumbre que añoro muchísimo, mis charlas matinales con un buen amigo y un café de por medio. Les confieso que son esos diálogos los que motivaron hace ya años la creación de este humilde espacio de libertad llamado Gente de Paz. Mis obligaciones laborales me obligaron hace ya meses a prescindir de esta reconfortante conversación diaria que versaba sobre diversos asuntos que ocupan la cotidianidad del ciudadano medio, entre otros, como no podía ser de otro modo las cofradías.
Un día, entre bromas, este amigo y yo comenzamos a elaborar una especie de lista con las cosas que nuestra Semana Santa debería mejorar de manera incontestable, algunas de ellas, para qué negarlo, tratadas de manera un tanto irreverente, y fue de este modo como surgió la idea de hacer extensibles estas reflexiones para que cualquiera pudiese ser partícipes de ellas. Se nos ocurrió imaginar que convertir en públicas aquellas opiniones tal vez pudiese colaborar a mejorar lo que en nuestra humilde opinión podría ser mejorado. Ni por asomo ser nos pasaba por la cabeza que aquella historia que comenzó a fraguarse a finales de 2012 derivaría en esta bendita locura en que se convirtió Gente de Paz, una auténtica revolución en el universo cofrade de la ciudad de San Rafael por atreverse a decir lo que nadie antes había dicho. Luego llegó la información propia como contrapunto y complemento necesario de la opinión y la tempestad desatada, los seguidores y fans y los detractores, los legítimos y los que se escondieron tras el insulto incoherente e injusto.
En un instante de nuestra informal conversación, entre opiniones acerca de lo vivido en la reciente Semana Santa, nos dimos de que más allá de que determinados elementos se habían alterado en los últimos tiempos, la triste realidad es que el inmovilismo en el que se desarrollan nuestras hermandades implica que el camino que queda por recorrer es aún muy largo. Muchas de las cosas que hace ya cuatro años figuraban en aquella lista de presuntas carencias gozan todavía de una absoluta vigencia. Y gozan de ella por dos factores fundamentales, la ausencia de autocrítica de muchos de los protagonistas y la permanencia de ciertos sujetos anclados en unas formas más propias de la segunda mitad del siglo pasado que de la actualidad social que nos ha tocado en suerte.
Muchos dirigentes permanecen en un círculo vicioso sin comprender el incalculable potencial de los medios de comunicación y las redes sociales como elemento sustancial a través del cual hacer llegar un mensaje al pueblo, auténtico destinatario al que deben orientarse. Hace unos meses ocurrió algo terriblemente curioso. Conocedores de una presentación patrimonial que una de nuestras hermandades iba a realizar a sus hermanos reunidos en Cabildo, nos pusimos en contacto con su hermano mayor para solicitarle información para elaborar la correspondiente noticia. No revelaré el nombre del personaje, es innecesario. Pero si contaré que la cantidad de trabas interpuestas fue tal, que resultó imposible llevar a buen puerto la negociación. En todo momento se le indicó por nuestra parte, que el respeto a su idea de que fuesen los hermanos de la corporación los primeros en tener conocimiento del proyecto era absoluto y que lo que pretendíamos era, considerando que el diseño iba a ser presentado en cabildo, disponer de la información precisa para tener preparada la noticia y publicarla en el momento en que los hermanos fuesen conscientes de todos los datos para trasladar el proyecto al resto de la sociedad, garantizando en todo momento que hasta que ellos no hubiesen sido informados no sería publicada el artículo. La respuesta fue de lo más absurda. “Es que no queremos que la información circule por foros y además los que tienen que conocer la información son los miembros de la hermandad”. Y se quedó tan tranquilo espetando semejante memez. Este caballero desconocía al parecer la premisa fundamental de que es precisamente aportando información fidedigna como se ataja radicalmente cualquier especulación que pueda surgir alrededor de una información, en el ámbito cofrade y en cualquier otro. Es imposible ponerle puertas al campo y en la medida en que se expone un proyecto en un cabildo, antes siquiera de que los hermanos abandonen la reunión, la información comienza a circular por las redes. Si es la propia hermandad la que aporta la información para que los medios la expongan, la especulación queda literalmente fulminada. Por otro lado desconocía otro aspecto fundamental. Es una falacia argumentar que son los hermanos los únicos que deben enterarse del proyecto. Es perfectamente comprensible que deban ser los primeros en ser informados pero es rotundamente falso que deban ser los únicos que conozcan los proyectos en los que se ve inmersa una corporación, los patrimoniales o cualquier otro.
Es el pueblo en su conjunto el destinatario final de cualquier información que implique un enriquecimiento patrimonial porque una de las misiones fundamentales de una hermandad es evangelizar, no exclusivamente a sus hermanos sino a toda la sociedad en la que se hallan inmersas. El patrimonio de una cofradía, sus cultos externos, todo lo que las rodea y las convierten en llamativas para el gran público, la parafernalia, no ha de ser sino el medio que debe ser utilizado para extender el mensaje del Hijo de Dios. El patrimonio en si mismo no significa nada sino que ha de servir como medio para alcanzar un fin mucho más elevado. En caso contrario estaríamos creando obras de arte sin ninguna trascendencia espiritual, exactamente lo mismo que hacen los responsables de un museo cualquiera. Las cofradías tienen una misión mucho más importante que configurar un patrimonio que legar a las generaciones venideras. Por eso tenemos la obligación de hacer llegar cualquier noticia que surja alrededor de nuestras hermandades al mayor número de destinatarios posible, porque es la presencia en los medios de comunicación lo que ha de permitir tener presencia en la sociedad y por extensión que se alcancen los verdaderos objetivos que deben centrar los esfuerzos de una asociación pública de fieles adscrita a la iglesia católica, difundir el mensaje de Jesucristo y desarrollar proyectos asistenciales y solidarios, la otra pata olvidada por buena parte de nuestros dirigentes que reducen su labor a enriquecer un patrimonio más para pasar a la pequeña intrahistoria de nuestras hermandades que por alcanzar metas muchos más profundas e importantes.
Frente estos dirigentes anclados en un exasperante pasado, algunos han sido capaces de entender que los cambios son una realidad y han aclimatado a las organizaciones que de ellos dependen a una evolución para adaptarlas a la era de las comunicaciones conscientes de que los medios, lejos de ser enemigos ante los que interponer toda suerte de recelos y cortapisas, son un valioso aliado con los que resulta imprescindible establecer una relación mutuamente beneficiosa. Hermandades como la Merced, la Agonía, el Perdón, la Quinta Angustia, el Descendimiento, la Sagrada Cena, la Santa Faz o el Amor, por poner algunos ejemplos muy representativos, han sabido comprender este extremo y obrar en consecuencia. Otros continúan vagando en el desierto de la introspección ocultando de los ojos del gran público el tesoro que conservan quien sabe si por miedo al cambio o tal vez por ignorancia.
Nos gusta creer que los muros que durante estos años hemos construido desde la libertad de nuestras reflexiones han colaborado a que ese coto cerrado que un día fueron las cofradías abran sus ventanas de par en par para dejar entrar por ellas la luz de la transparencia. Serán los que vengan detrás quienes tendrán que seguir edificando un universo cofrade abierto al mundo y no clausurado en sí mismo para que lo alcanzado no se derrumbe como un castillo de naipes.
Guillermo Rodríguez
Recordatorio El Cirineo: El tiempo de los laureles