Blas J. Muñoz. En algún momento erramos el camino en alguna de sus bifurcaciones. Debió ser en uno de esos instantes en que se apaga el cirio y el celador o diputado de tramo llegó demasiado tarde con el pabilo. Los síntomas de la enfermedad los tuvimos delante y no quisimos verlos y la tela de la túnica se fue arrugando más y más, mientras ya no nos preocupábamos de limpiar las manchas de cera. Así los equipos de nazareno se fueron quedando -en mayor número- en sus cajas de cartón, apulgarándose como un recuerdo viejo e inservible.
Alguien debió dar algo de más, un plus. Y todos fuimos prefiriendo la arpillera, a la par que crecía la fama de tal o cual capataz, que da lo mismo Que da igual, que no importa, por más que se insista y por mayor que sea la tendencia que se cree en Twitter. Ello no quiere decir que no sea relevante que Antonio Santiago y Ernesto Sanguino sean el centro de las conversaciones tuiteras de un país. Como tampoco deja de ser cierto que ya no hablemos de síntomas, sino de las consecuencias de la enfermedad.
Las consecuencias, como aquel álbum de Bunbury, son inevitables. Y no caeremos en la eterna tentación de culpar a los protagonistas, por más que su parte de culpa tengan, pues los actores son más y los interesados en cada movimiento de martillo se cuenten por legión. ¿Es un mercado de fichajes cada Pascua? ¿Los capataces son como los entrenadores? ¿Se banaliza todo hasta el extremo de primar cuántos martillos tienes o cuántos pasos sacas? Seguramente sí, como también es manifiesto que miles de personas se acercan por voluntad propia y puede no interesarles cualquier otro aspecto de los que ofrecen las cofradías.
Ellos también tienen su cota alícuota de responsabilidad, como también quienes no son capaces de ofrecer, explicar y hacer atractivo el sentido último de las hermandades. En una sociedad en que el anonimato es sinónimo de invisibilidad parece evidente que el concepto del nazareno está condenado de antemano. Sin embargo, para alguien que no dejará nunca de ser costalero y de intentar acercarse a Dios de esa manera, lo que está claro es que no dejará jamás que su túnica coja el verdín delolvido. Un nazareno no será trending topic, como lo eran este jueves dos capataces, a no ser que se queme a lo bonzo. Pero eso supondría volver a errar y no seguir queriendo ver la fenomenología de este problema.